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El observadorFlorentino Portero

Pero ¿qué queremos?

Si los avances significativos no llegan, entonces surgirán entre nosotros las voces favorables a un acuerdo de reparto por supuestas razones morales

Actualizada 01:30

Parece obvio que un estado que ha sido atacado e invadido por otro tiene derecho a defenderse y que en el ejercicio de su defensa puede responder atacando posiciones en el territorio de soberanía del agresor. Durante la II Guerra Mundial los aliados llegaron al convencimiento de que sólo poniendo fin al régimen nazi la paz sería posible. No sólo invadieron Alemania, además se entrometieron en sus asuntos internos hasta el punto de redefinir su sistema político.

El gobierno ucraniano ha considerado realizar operaciones militares en las ciudades rusas próximas a su frontera, como medio para forzar una negociación en términos favorables para su causa. Los servicios de inteligencia norteamericanos tuvieron conocimiento de estas consideraciones e informaron a su gobierno. Hasta aquí todo es normal, lo significativo ha llegado a continuación.

Los aliados tienen claro que Rusia debe fracasar en su «operación especial» ucraniana, pues pone en riesgo los fundamentos del sistema de seguridad europeo y, si no se la detiene, continuará avanzando en su objetivo final de reconstruir sus fronteras imperiales, creando inestabilidad y aumentando progresivamente el riesgo de una guerra nuclear. Si la Alianza Atlántica no es capaz de reaccionar ante esta situación de manera eficaz acabará disolviéndose o cayendo en la inoperatividad. Igualmente, la estabilidad de la Unión Europea dependerá de la gestión de esta crisis, de ahí que Alemania o Francia hayan asumido la retórica de los estados eslavos, con mayor o menor sinceridad.

Pero, paradójicamente, el que haya un acuerdo sobre la necesidad de que Rusia fracase no implica que también lo haya sobre la conveniencia de que Ucrania triunfe o, matizando algo más, de que Ucrania derrote militarmente a su invasor y recupere plenamente su territorio. Esta es una idea que vengo repitiendo en esta columna desde el principio del conflicto y que, según pasa el tiempo, se hace más y más importante.

No voy a insistir de nuevo en la responsabilidad alemana en lo ocurrido por su política rusa, heredera de la Ostpolitik de Brandt y de siglos de diplomacia germana en la región. Sólo quiero recordar que uno de sus fundamentos era el reconocimiento de que Rusia ha sido, es y, presumiblemente, será durante mucho tiempo un problema para los rusos y para sus vecinos. Alemania nunca ha sido optimista sobre la evolución de su sistema político, de ahí su obsesión por mantener una estrecha relación con el gobierno de Moscú que le permita influir positivamente en su evolución.

No podemos tolerar que Rusia triunfe en Ucrania, pero tememos las consecuencias internas de su derrota. En el mejor de los casos Putin seguiría los pasos de Jrushchov, siendo depuesto por sus compañeros de viaje, necesitados de canalizar la frustración sobre el máximo dirigente. En el peor nos encontraríamos ante la implosión de la Federación, como previamente ocurrió con la Unión Soviética. Todo ello si Rusia no ha recurrido al arma nuclear para evitar enfrentarse a la humillación de una derrota. El sucesor de Putin no sería más moderado. La descomposición de la Federación Rusa llevaría a nuevos nacionalismos excluyentes, plantearía un grave riesgo sobre el control de los arsenales nucleares y garantizaría un período de inestabilidad regional.

Del uso del arma nuclear sólo decir que nos introduciría en un nuevo tiempo en la política europea y global.

Como la iniciativa ucraniana tiene todo el sentido militar y todo el derecho, Estados Unidos ha utilizado una «aproximación indirecta» para tratar de frenar una maniobra que podría dar paso a un conflicto potencialmente más incontrolable. El Pentágono ha filtrado la información a la prensa, precisamente cuando el presidente Zelenski está de gira por las capitales europeas para solicitar más ayuda económica y militar. Con amigos así… Como cabía esperar la información despertó la alarma en las cancillerías aliadas y con ellas llegaron las presiones sobre el gobierno ucraniano. Ayuda sí, pero con el compromiso de que Ucrania no actuará fuera de sus fronteras. La guerra tiene que circunscribirse a la recuperación del territorio. Caben acciones fuera de dicho marco sobre la cadena logística rusa, pero nada más.

En los próximos meses las fuerzas armadas ucranianas tendrán que demostrar su capacidad para romper las defensas rusas y avanzar sensiblemente en sus posiciones. Si eso ocurre saltarán las alarmas sobre cuándo parar, permitiendo o no a Rusia retener parte del territorio conquistado. Si los avances significativos no llegan, entonces surgirán entre nosotros las voces favorables a un acuerdo de reparto por supuestas razones morales. Para Rusia, por el contrario, el estancamiento puede ser la mejor opción. Lo único seguro es que es muy complicado alcanzar unos objetivos cuando estos no han sido definidos.

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