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El observadorFlorentino Portero

Petro como síntoma

Ha estado entre nosotros invitado y durante su estancia ha repetido una sarta de tonterías que ponen en evidencia su formidable ignorancia

Actualizada 01:30

La presencia del presidente colombiano entre nosotros ha suscitado algunas preguntas básicas que deberíamos intentar responder, aunque sólo sea para no dejarlas en el aire, para entender qué nos está pasando.

¿Era necesario cursar la invitación?

Es evidente que un exguerrillero no es precisamente un entusiasta de la democracia. Si lo hubiera sido no se habría enrolado en milicias marxistas y violentas, con íntimas conexiones con el narcotráfico. Si finalmente ha optado por la vía parlamentaria es porque ha llegado al convencimiento de que es más fácil subvertir el orden institucional desde dentro del sistema, desde el Parlamento, que desde la selva. Las guerrillas han hecho mucho daño a Colombia y han generado mucho dolor a los colombianos, pero no han sido capaces de derribar el sistema político. Con buen criterio, reconozcamos a cada uno sus méritos, Gustavo Petro ha dejado atrás las armas, los piojos y los mosquitos para lograr sus objetivos de manera más sencilla.

Si se le invitaba habría que honrarlo en función de su dignidad institucional. El Rey, el presidente del Gobierno, el alcalde, los diputados deberían tener con él un trato exquisito, mientras que el invitado gozaría de la oportunidad de repetir sus ideas, perfectamente incompatibles con la democracia, con nuestra Constitución y con los fundamentos de la Unión Europea. El resultado ha estado a la vista. Mientras nuestro Rey alababa su supuesto esfuerzo por mejorar las relaciones bilaterales, el egregio invitado no cejaba en su objetivo de denunciar el pasado común y de proponer nuevos «paradigmas».

Para tratar de responder a la pregunta creo que, una vez más, tenemos que distinguir los intereses de Estado de los de partido. Si para España lo sensato habría sido mantener una prudente distancia con tan singular personaje, para el Gobierno socialista interesa un acercamiento y ello por dos razones. La primera es que el socialismo español hace ya tiempo abandonó la defensa de la democracia en aquellas tierras para no desligarse de los nuevos movimientos de izquierda radical, que se están haciendo fuertes en un buen número de países. Las tensiones derivadas de la crisis económica de 2008, la «Gran Depresión», los efectos no deseados de la Globalización y la crisis derivada de la covid –19 han radicalizado las posiciones políticas, llevándose por delante a muchas de las formaciones tradicionales, de derecha y de izquierda–. La segunda razón es puramente diplomática. Durante el semestre de presidencia europea Sánchez necesita demostrar que goza de capacidad de convocatoria en la región y con gestos como éste espera lograrlo. Razones ambas que tienen que ver con los intereses socialistas, no con los nacionales.

¿Cómo es posible que Petro haya sido elegido presidente en Colombia?

Un cínico podría responder que peor es lo de Perú, donde eligieron a Pedro Castillo. Podríamos hacer otras comparaciones odiosas… pero no sería oportuno. Lo que sí es oportuno es dejar constancia de que Gustavo Petro ha estado entre nosotros invitado y durante su estancia ha repetido una sarta de tonterías que ponen en evidencia su formidable ignorancia. Este hombre no tiene la formación necesaria para asumir una responsabilidad como la que los colombianos le han encargado. Ser un revolucionario de izquierdas no implica ser un ignorante. Lenin no lo era. A lo mejor esa es una buena noticia para Colombia porque, descontando el mal que va a hacer, su incompetencia evitará desastres mayores.

La respuesta tiene que ver con un problema que va más allá del ámbito iberoamericano. Uno de los mejores politólogos italianos explicaba el éxito de Meloni en Italia con un argumento imbatible. A su juicio, Italia no había girado a la extrema derecha, sencillamente Meloni era la única candidata que no había ganado con anterioridad. Cuando hablamos con americanistas encontramos un rechazo a la idea de que haya un giro a la izquierda radical. Nos recuerdan que las elecciones las pierden sistemáticamente los partidos en el Gobierno. Lo que hay es un rechazo a las élites políticas en todo Occidente, con especial incidencia en esta región.

En Iberoamérica la causa democrática está pagando un alto precio por el papel público de sus burguesías, que no han sabido o no han querido llevar a cabo reformas fundamentales que garantizaran un nivel de bienestar básico. Perdida la auctoritas, lo que para Ortega era la clave de la supervivencia de los sistemas parlamentarios en las «sociedades de masas», se abre el espacio para que la demagogia, el populismo y todo tipo de radicalismos campen por sus respetos. Será un ciclo largo y doloroso, supondrá la pérdida de un tiempo crítico para sumarse al proceso de la Revolución Digital y, lamentablemente, los españoles no podremos reivindicar haber estado en el lado correcto en este momento tan delicado de su historia.

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