Una calurosa despedida
Convocar a las elecciones el 23 de julio no convierte el resultado electoral en fraude alguno, solo es la última muestra de la irresponsabilidad tóxica de Sánchez
A diferencia de don Antonio Machado, Pedro Sánchez siempre ha perseguido su gloria. La descripción más certera del inclemente narcisismo del personaje la ofreció su ministro más breve, Maxim Huerta. Él ha contado que en el momento de su dimisión el único consuelo que recibió de Sánchez fue una perorata sobre sí mismo y sobre cómo le iba a recordar la historia. «De mí, ¿qué dirán?», se preguntaba nuestro presidente al inicio de su mandato. Pues bien, hace siete días ha recibido una respuesta bastante ajustada a dicho interrogante y es evidente que no le ha gustado.
Hace tiempo que Trump y Bolsonaro perdieron las elecciones en sus respectivos países, pero a juicio de Sánchez, los españoles nos hemos convertido súbitamente en un atajo de trumpistas y bolsonaristas. En justa correspondencia a semejante perversidad ha decidido castigarnos: fastidiar las vacaciones a media España, poner a Correos al borde del colapso, condenar a los partidos a hacer campaña en la época más calurosa del año y obligarnos a todos a votar armados de abanicos, botellas de agua y toda la variedad posible de ventiladores.
Incluso en Europa algunos se han enterado por fin de las maneras del personaje. En un arrebato de ira o de pura supervivencia personal, Sánchez ha mandado al garete todos los planes que se venían elaborando en Bruselas para el periodo de presidencia española de la Unión. Es cierto que las presidencias de turno carecen de poder real, pero sí pueden mediar, impulsar los debates y promover acuerdos. Difícilmente podrá hacerlo un Gobierno más dedicado a la campaña electoral que a la agenda europea y unos ministros más preocupados por su futuro laboral que por las negociaciones en Bruselas.
Puestos a arrasar con todo, ha sido el propio presidente del Gobierno quien ha puesto en circulación el concepto del pucherazo electoral. Lo sacó a relucir en su desnortada intervención ante el grupo parlamentario y ahora el pucherazo anda en boca de todo el mundo. Era lo que le faltaba a la democracia española y la guinda final del mandato de Sánchez. Casi medio siglo de procesos electorales impecables para acabar en este despropósito. Cuando Trump intuyó que podía perder las elecciones contra Biden empezó a hablar del pucherazo. Sánchez sabe que tiene las elecciones perdidas frente a Feijóo pero ha querido embarrarlas hablando de pucherazos porque intuye que el sector más polarizado de la derecha puede entrar en su juego.
No dejen que las maniobras de gurús de medio pelo enturbien el resultado claro que anuncian las urnas. La derecha va a ganar las elecciones y las va a ganar por una amplia diferencia, muy superior a la del domingo pasado. No hay pucherazo fantasma que pueda contener el rechazo cívico que suscita Pedro Sánchez.
Convocar a las elecciones el 23 de julio no convierte el resultado electoral en fraude alguno, solo es la última muestra de la irresponsabilidad tóxica de Sánchez, la última de las muchas razones que ha dado para que los españoles le manden a su casa cuanto antes. Es lo que se ha ganado: una calurosa despedida el 23 de julio.