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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Terrible insulto

Pepe Álvarez, muy molesto con ser tildado de «comegambas», le ha devuelto el insulto al consejero del Gobierno de Castilla y León. Entiendo que hay sindicalistas que no comen gambas. Para comer gambas hay que ser, como poco, dirigente sindical de subdelegación comarcal

Actualizada 01:30

Lo recuerdo en blanco y negro. En el patio central del colegio del Pilar de la calle Castelló. Un niño sollozaba. Yo era otro niño que se acercó a consolar al que lloraba con amargura. Me siguieron más compañeros. Llanto en silencio y dos ríos de lagrimones deslizándose por su rostro. Había sido humillado por un profesor –me ha insultado delante de toda la clase–. Cuando supe de qué profesor se trataba me entraron las dudas. Era un marianista conocido por su bondad. Don Serafín, profesor de Historia. Un marianista con una paciencia infinita y la comprensión hacia el alumno siempre dispuesta. El niño era un imbécil. Y al fin, cuando detuvo sus jollipos, el grupete que se había reunido en torno a él, supo del alcance y la brutalidad del menosprecio que había padecido. Don Serafín, en un ataque de ira, inusual en él, le había llamado bobalicón y tarambana.

He recordado aquel episodio de mi infancia colegial gracias al enfado morrocotudo, a la explosión anímica que ha protagonizado el secretario general de la Unión General de Trabajadores, Pepe Álvarez, por haber sido llamado «comegambas» por un consejero del Gobierno de Castilla y León. En vista de ello, ha respondido con otra descalificación al consejero responsable de haber reducido a los sindicatos el impuesto revolucionario que perciben CCOO y UGT de las Autonomías a cambio de absolutamente nada. Y Pepe Álvarez, muy molesto con ser tildado de «comegambas», le ha devuelto el insulto al consejero y le ha llamado «mamarracho». ¡Virgen de Atocha, hasta aquí podríamos llegar!

Insultar con tino puede alcanzar los suburbios del arte. Whalen fue un maestro del insulto. Confieso que en más de una ocasión he usado de su talento sin nombrar al autor de la definición y haciéndola mía. Creo haberla usado con Simancas, con el cenutrio del PP de Trujillo que se equivoca en las votaciones y con la arrolladora Yolanda Díaz. Whalen definió de esta guisa al político escocés McPherson. «Nació tonto y ha tenido una recaída». Un insulto certero y elegante. Pero enfadarse por ser tratado de «comegambas» demuestra muy limitado margen de serenidad. Ignoro si Pepe Alvárez gusta de las gambas o prefiere los bogavantes y las cigalas, como este servidor de ustedes. Lo que está claramente documentado y reconocido por fotografías es que, al menos sus antecesores andaluces, invirtieron en mariscos y prostitutas un notable porcentaje de los caudales sindicalistas destinados a los trabajadores. Si alguno de mis enemigos tuviera conmigo la cortesía de llamarme «comecigalas», le agradecería su cordialidad y la pericia en el apodo. La cola de una cigala cocida con trapío de langosta es sólo comparable a una cucharada de caviar imperial iraní. Y me ratifico. Si alguien me denominara «comecaviar» en nada me afectaría, a pesar de la tristeza de la injusticia. Por desgracia, carezco de posibles para comer caviar con frecuencia, pero se trataría de una injusticia muy sobrellevable.

Entiendo que hay sindicalistas que no comen gambas. Para comer gambas hay que ser, como poco, dirigente sindical de subdelegación comarcal. Pero, al menos en Andalucía, mariscos, prostitutas y sindicatos se han reunido en más de una ocasión. Se contaba la angustia y preocupación de una gamba. Una gamba que le reconocía a otra gamba el motivo de su desazón. –Estoy preocupadísima. Se han llevado a mamá a un festejo sindical, son ya los dos de la madrugada, y todavía no ha vuelto–.

Un respeto a las gambas, que son tratadas por las izquierdas con mucha más crueldad que los lobos.

«Comegambas» no es un insulto. Se trata de una ironía. Y «mamarracho» que sí es insulto, carece de contundencia. Una ironía no captada sí puede considerarse insulto cuando se escribe o se dice de una persona que se toma en serio todo lo que de ella se escribe o se dice.

Por ejemplo: «Me asombra la inteligencia y preparación política y cultural de Yolanda Díaz».

Pero enfadarse por un «comegambas» cualquiera…

Hasta ahí podíamos llegar.

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