Una democracia pilotada por derrotados en las urnas y delincuentes
La política española, definitivamente, se ha instalado en el absurdo, la sinrazón y el sinsentido de Estado por la ambición y ansia de poder de un sujeto sin principios ni escrúpulos
A Francina Armengol, la tercera autoridad del Estado desde que ha sido elegida presidenta del Congreso, la botaron fuera del Gobierno de Baleares los isleños el 28 de mayo. Perdió las elecciones y el Gobierno, ahora en manos de PP y Vox, pero ha ganado la gracia política y económica de la presidencia de la tercera institución de la nación.
Armengol es el prototipo perfecto de lo que representa el «sanchismo»: derrotada en las urnas pero triunfadora en los despachos merced a pactos políticos antinatura, a pesar del impresentable currículum que arrastra de sus años al frente del Ejecutivo balear donde ocultó, hasta que el escándalo llegó incluso a Bruselas, los casos de abusos sexuales y de prostitución de menores tuteladas por su gabinete; asumió plenamente las políticas identitarias de la Generalitat en favor del catalán y contra el español hasta el extremo de priorizar el conocimiento del catalán a la experiencia y sapiencia de médicos y enfermeros/as para ejercer en Baleares o cuando se burló de sus administrados incumpliendo las restricciones horarias que había impuesto durante la pandemia, mientras alargaba sus noches de copas más allá del horario decretado por ella misma.
Es indudable que estos y otros aspectos negativos de su mediocre gestión al frente del Gobierno de las Islas Baleares se sustanciaron con un castigo en las urnas del 28 de mayo, pero nada de ello ha influido para que Sánchez aceptara la sugerencia del prófugo Puigdemont y la designara para presidir, gracias al apoyo de Junts, la Cámara Baja.
Una presidenta que oficializará, a cambio de los votos separatistas, el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso, euskera, catalán y gallego, y supongo que también el valenciano, el panocho, el bable, la fabla aragonesa y hasta el silbo gomero.
350 diputados que manejan y conocen el idioma común de los españoles necesitarán auriculares y traductores para entenderse en la nueva Babel del Congreso que Sánchez y Armengol normalizarán como resultado de lo que llaman la España plurinacional y que me recuerda el chiste del lepero que viaja a Londres sin conocer una «papa» de inglés pero a quien aconsejan que hable muy despacio y casi deletreando las palabras para hacerse entender en la lengua de Shakespeare.
Nada más abordar un taxi sigue el consejo: «Bu-e-nos dí-as. Llé-ve-me a Ox-ford S-trit». El taxista le responde con el mismo tono y masticando las sílabas: «Cu-en-te con e-llo. Va-mos a la ca-lle Ox-ford». Tras una prolongada conversación deletreando palabras y sílabas sobre el tiempo, la vida en España y en Inglaterra , el lepero descubre que el taxista también es de la misma localidad onubense y le pregunta: «Y si us-ted es tam-bi-én de Le-pe, ¿qué na-ri-ces ha-ce-mos ha-blan-do en in-glés cu-an-do po-de-mos en-ten-der-nos en es-pa-ñol».
La política española, definitivamente, se ha instalado en el absurdo, la sinrazón y el sinsentido de Estado por la ambición y ansia de poder de un sujeto sin principios ni escrúpulos que muy probablemente seguirá en la Moncloa, a pesar de haber sido derrotado en las urnas, dirigido y vigilado por un prófugo delincuente desde Bruselas hasta su regreso amnistiado.
Y no es descabellado pensar que si el supuesto se cumple sufriremos el gobierno más déspota de cuantos hemos tenido desde el advenimiento de la democracia. A Sánchez no le va frenar nada, ni nadie, y menos el Tribunal Constitucional de Conde Pumpido, para seguir en la Moncloa gracias a los votos de partidos que les importa una higa España y que sólo atienden a sus necesidades y objetivos localistas.