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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Vaya, vaya: ¡existen los hombres y las mujeres!

Al primer ministro británico lo están poniendo a parir por atreverse a enunciar la más antigua de las obviedades

Actualizada 09:58

Rishi Sunak, de 43 años, duerme desde hace un año en Downing Street como primer ministro. Pero según las encuestas tendrá que mudarse a finales del año que viene. Ahora mismo marcha unos quince puntos por detrás de los laboristas de sir Keir Starmer, un abogado londinense de 61 años de carrillos colorados y peinado a lo guitarrista maduro de Duran Duran, que no emociona a nadie, pero que tras el delirio podemita de Corbyn ofrece la inmensa ventaja de que es moderado.

Sunak lo tiene complicado, porque los conservadores llevan ya trece años en el poder y porque el Brexit no ha funcionado, resultó lo que parecía: una fábula nacionalista. Pero median más factores para que no arranque. Roma no paga a traidores, reza el dicho, y Sunak apuñaló a su jefe Boris Johnson, ayudando a empujar su silla cuando tuvo que irse por mentiroso. Boris era desorganizado, trolero, un desastre para dirigir la maquinaria de un Gobierno. Pero las bases lo adoraban, por su chispa personal, su nacionalismo populista y por ser capaz de saltarse las censuras de la corrección política. Sunak encarna lo contrario, un tecnócrata de grandes conocimientos que escudriña cada balance, pero que no conecta con el público, a lo que contribuye el problema del racismo todavía latente en la sociedad inglesa (es el primer premier de origen asiático).

La familia de Rishi Sunak salió del Punjab en la época de la India británica y se mudó a Kenia. De allí saltaron a Southampton, en Inglaterra, donde nació él, y abrieron una farmacia que les fue muy bien. Rishi resultó un coquito. Su formación es magnífica, sobre todo comparada con la de nuestros Rufianes. Se graduó en Oxford y luego pasó por las aulas de Stanford. Enseguida despuntó en la banca de inversión y acabó creando un fondo que lo convirtió en un joven millonario. Por si su dinero no fuese suficiente, se casó con la heredera de un magnate indio del sector tecnológico. Con el bolsillo ya pertrechado, Rishi se metió en política, en el Partido Conservador, y acabó como ministro de Hacienda de Boris. Por aquí el proceso suele ser el inverso: en lugar de ir a la política tras haber ganado dinero, muchos se enrolan en ella para mantenerse.

Sunak, de religión hinduista, es un bajito de uno 167, padre de dos niñas y de impecable estilo vistiendo. Abstemio y adicto a la Coca Cola, lo ha pagado con siete empastes (la prensa inglesa hurga hasta en la boca de sus políticos). Como gobernante se distingue por su moderación y atención al detalle. No sabe delegar y es de esos tecnócratas que quieren ver personalmente cada papelito. Practica además algo imperdonable hoy en día en política: el realismo. Le gusta decir la verdad al contribuyente sobre lo que es posible y lo que no. En esa línea, acaba de mutilar el eterno proyecto de tren de alta velocidad al Norte de Inglaterra, cancelando el ramal a Manchester. El plan se ha ido de madre y no hay pasta para ejecutarlo, o eso dice Sunak. Una metáfora de un país que tiene mucho de sepulcro blanqueado y que en gran medida vive de un pasado glorioso y de su poder blando (es decir: del cuento). A veces echamos pestes de la UE, pero merced a sus fondos, en España tenemos conectadas por alta velocidad hasta La Coruña y Vigo, mientras que los ingleses no acaban de unir Londres (9 millones de habitantes) con Birmingham (1,2 millones).

Al margen de sus tribulaciones económicas, a Sunak hay que agradecerle que ha llevado también su sinceridad a las batallas culturales. Ha defendido la historia imperial de su país frente al revisionismo woke. Y también se ha atrevido a enunciar en el congreso de su partido una evidencia casi prohibida: «Un hombre es un hombre y una mujer es una mujer. Es sentido común». Además añadió que los padres, o los pacientes de los hospitales, tienen derecho a saber cuando se está hablando de hombres y de mujeres. «No deben ser acosados para hacerles creer que cada persona puede elegir el sexo que quiera, porque no puede».

Ante la cansina logorrea «de género» que nos ha endilgado el régimen «progresista» que soportamos en España, las palabras de Sunak suenan a bálsamo de cordura. Por supuesto ya lo están poniendo a parir. «Transfóbico» es el más suave de los epítetos. El inefable periódico sanchista se ha aprestado a escribir un editorial para acusar a este tory moderado de encarnar «la derecha más reaccionaria».

Pero lo que ha dicho puede ayudarle. En todo Occidente existe una mayoría silenciosa que está hasta la zanfoña de una ideología pegajosa e implacable, que niega el valor de la tradición y la esperanza en lo trascedente y hasta la obviedad del hecho biológico.

Bravo, Rishi. La próxima Coca Cola la tienes pagada.

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