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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

El mito de la casta política

Se piensa poco en las culpas sistémicas porque impiden personalizar al enemigo y odiarlo, que es lo suyo tras el enconamiento y devoración de nuestra democracia por la lógica schmittiana

Actualizada 01:30

Qué mal apunta la gramática parda. El señalamiento a bulto de una «casta política» es populista y totalitario: puesto que alguien gobernará siempre, la antipolítica solo ha conducido al fascismo y al comunismo. Antes de generalizar con brocha gorda, busquemos a los responsables donde están: en primer lugar, en la sociedad española misma, cuyas tragaderas y memoria de pez, cuya tenaz negativa a abrir un libro, acaba dando siervos voluntarios adictos a Sálvame. ¿Qué metadona les estará esperando? Creen en la política como juego de suma cero, algo similar al fútbol. La magia de las elecciones, tantas veces demostrada, consiste en que la resultante de millones de decisiones individuales es generalmente sensata. Pero esa magia no funciona ante un desmedido porcentaje de resentidos, ágrafos, envidiosos y amigos del «cuanto peor, mejor».

Antes de ser la autocracia que es hoy, España ha sido la oclocracia de una masa bañada en la inmundicia de pequeñas identidades egoístas. La recuperación de la democracia liberal tiene dos trechos: en el primero se echa a Sánchez y su banda; en el segundo se despierta de la modorra a esa media España empeñada en confirmar el desahogo de Cernuda, Gil de Biedma y Marsé: somos un país de cabreros. Así que, antes de quemar en efigie a la clase política, mirémonos al espejo.

La gran mayoría de políticos profesionales son ajenos a las decisiones importantes. Cuando Sánchez y su banda deciden, el resto aplauden porque les va el sueldo. Tragar con todo por sobrevivir no es moralmente virtuoso, pero a la vista está que sí es lo habitual, en la profesión política y en las demás. Por otra parte, existe un asunto espinoso siempre eludido para no molestar: por crudo que resulte a muchos, la política está muy mal remunerada. El sueldo de ministro es una mierda, y el de diputado raso otra. Sí, un puñado de gobernantes se han enriquecido de manera inexplicable (o demasiado explicable), pero no hay que confundir al generalato con la tropa. Para un buen profesional con demanda en el mercado, la política es un sacrificio.

Contra la idea popular, no son pocos los que se han sacrificado, aunque están lejos de ser mayoría, sobre todo en la izquierda. Por supuesto, aplaudirá con las orejas cualquier barbaridad o canallada aquel a quien fuera del escaño le espera la intemperie o la incertidumbre. Es puro coste de oportunidad. Poca obediencia perruna existiría si nuestro sistema electoral fuera de listas abiertas, o si las circunscripciones fueran unipersonales, etc. Se piensa poco en las culpas sistémicas porque impiden personalizar al enemigo y odiarlo, que es lo suyo tras el enconamiento y devoración de nuestra democracia por la lógica schmittiana. En la lista de responsables, tras la sociedad y el sistema electoral vienen las élites, de las que ya nos ocupamos ayer. No incluí a los medios de comunicación porque una pandemia de analfabetismo funcional ha convertido la mayoría de redacciones en galerías de tabulas rasas entregadas a la tontuna woke.

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