Mercenarios de la fe
No es raro ver en nuestra sociedad secularizada cómo se profesan las creencias más disparatadas y se consagra la vida a las causas más inanes
Me contaba un amigo que, estando de retiro en una casa de religiosas, alguno de los asistentes enfermó, pues el frío que reinaba en la casa era ártico.
Puedo imaginar la típica casa inmensa, a las afueras de la ciudad, con pasillos de tres metros de ancho, cientos de salas y muchas habitaciones pensadas para una legión de monjas de las que ahora seguramente queden dos o tres y de muy avanzada edad.
Mi amigo observó que la calefacción estaba apagada, de modo que se dirigió a una de las monjas para pedirle que la encendiera. Entra dentro de lo normal tener que usar jersey en interiores durante el invierno, pero necesitar abrigo, bufanda, guantes, gorro y pasamontañas, ya es otro cantar.
Al solicitar a la monja el encendido de la calefacción, la respuesta fue un dedo señalando un cartel en la pared que rezaba: «Mandamientos del Papa Francisco contra el cambio climático» y uno de dichos mandamientos consistía en apagar la calefacción y abrigarse dentro de casa.
Mi amigo podría haber contestado señalando a la joven que estaba enferma, pero habría sido una estrategia inútil. Poco importa la realidad concreta a quien piensa que estamos aquí para servir a la «Madre Tierra», como si de una religión se tratara. Con más fe que en Jesucristo, seguramente.
Como venía diciendo, mi amigo trató –sin éxito por supuesto– de explicarle a la monja que tenían en el grupo a alguna persona enferma y a otras incubando un buen catarro. Pero eso no pareció ser motivo suficiente. Así que mi amigo, desplegando todas sus habilidades, tuvo que hacer uso de la palabra mágica que nunca falla con los mercenarios: la plata.
Alguien que ha vendido sus principios, incluso sus mandamientos, y los ha cambiado por una chatarra acientífica que requiere mucha fe y muy poca razón, ha demostrado que puede vender sus nuevos principios las veces que haga falta. Así que ante la negativa de la monjita a encender la calefacción y aumentar la huella de carbono, mi amigo le anunció que todo el grupo abandonaría la casa y reclamaría la parte abonada.
No había concluido mi amigo su aviso, cuando ya estaban los de mantenimiento en los sótanos echando carbón a mansalva para que en el interior de la casa se estuviera más calentito que en Dubai a las tres del mediodía.
No es raro ver en nuestra sociedad secularizada cómo se profesan las creencias más disparatadas y se consagra la vida a las causas más inanes, pero es muy triste ver a una Iglesia que ha abandonado a Jesucristo y se abraza a creencias absurdas y sin ningún fundamento científico.
La firmeza que muchos no han tenido jamás en la defensa de Dios y de su Iglesia (así de vacías tienen las casas de espiritualidad), la profesan ahora por agendas que parecen haberles dado el sentido existencial que nunca descubrieron en el Único que podía dárselo.
Y si siguen así, su vida será un constante abrazar ideologías y religiones falsas que, al final, por mucho que se abriguen, los dejará mas helados que el beso de Judas.