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Un mundo felizJaume Vives

El rosario y sus enemigos

La dimensión pública y privada de la fe están íntimamente relacionadas. Sin dimensión pública la fe se convierte en un tesoro escondido, como el de la parábola de los talentos

Actualizada 01:30

Pronto se cumplirá un mes de las protestas en Ferraz y parece que la cosa va para largo. Se rumorea que algunos se están organizando para disfrutar de las campanadas en la ya famosa esquina con Marqués de Urquijo.

Quienes también perseveran sin fallar ningún día son los que se reúnen en las escaleras del santuario de la Inmaculada, que hace esquina entre esas dos calles, para rezar el rosario.

Al principio eran unos pocos pero cada día son más, a diferencia de las manifestaciones, que al principio reunían a muchos y poco a poco el número se ha visto considerablemente reducido (como es normal después de ¡un mes!).

Sobre las distintas posturas que uno podría tomar respecto al rezo del rosario en la vía pública ya escribió un artículo Enrique García-Máiquez, a quien, igual que me sucede a mí, le parece muy bien esta iniciativa.

No creo en las casualidades y, que la patrona de España tenga un santuario a ella dedicado en el mismísimo epicentro de lo que parece haber sido un despertar social y cristiano que va mucho más allá de la protesta por la actualidad más inmediata, me parece muy significativo.

Y tampoco creo que la gracia sea una suerte de magia que se consigue a base de mover una varita o echando mano de mucho voluntarismo. Y lo que hacen esos pocos cientos de católicos españoles en esa esquina, es pedir a la Inmaculada que salve España. A Dios rogando y con el mazo dando. Y por eso a las 19:20 se empieza rezando y pidiendo la intercesión de la Virgen y a las 20h se da paso a la protesta.

Pero de lo que quería hablar hoy es de los enemigos del rosario, pues los últimos días ha habido algunas denuncias y varios intentos desde las autoridades de acabar con él. Muchos pensarán en el delegado del Gobierno o incluso en la policía, cumplidora de sus órdenes. Y siendo cierto que el primero puede que sienta odio sarraceno por esas cincuenta bolitas, dudo que sea su principal enemigo.

Lo que consiguen al prohibirlo es que más gente se sume a rezar y los que ya lo estaban rezando lo hagan con mayor devoción. Consiguen lo contrario de lo que pretendían: que aumenten los actos de amor a Dios (públicos y privados). Donde la fe más aumenta es allí donde más cruelmente se la persigue, porque es donde el Señor más presente se hace.

Primero porque al Maestro lo crucificaron, y nosotros somos sus discípulos. Y segundo porque la persecución le obliga a uno a abandonarse. Y es precisamente en ese salto al vacío, en ese desprendimiento, cuando uno descubre que el Señor nunca abandona a sus hijos. Y nunca es nunca.

Y es por eso que creo que los verdaderos enemigos del rosario (a quienes también hay que amar, por supuesto), –en realidad escribo estas líneas para que fijemos mejor el objetivo de nuestras plegarias–, son aquellos que desde el interior de la Iglesia, nuestros hermanos en la fe, nos animan a dejar de rezarlo.

Son aquellos que dicen que está muy bien dar gloria a Dios en la intimidad del hogar pero muy mal hacerlo en la vía pública. Son aquellos que dicen que la calle no es lugar para oraciones pero sí para proclamas contra el Gobierno.

Al final parece que la calle está para todo menos para lo importante. Como si sirviera más un grito contra la injusticia –que también– que rezar una oración. Con católicos así, ¿qué necesidad tenemos de perseguidores?

Si fuera por esos hermanos, las únicas muestras públicas de fe serían los nombres de algunas calles (que gustosamente cambiarían si pudieran). Como si la forma mejor de vivir la fe fuera escondiéndola (como si Cristo se hubiera escondido para predicar). Como si la propuesta que nosotros tuviéramos para el mundo fuera un espacio público neutral, sin Dios y sin nadie que lo anunciase.

Como si nadie fuera a ocupar el espacio que nosotros abandonamos, y como si, en cualquier caso, el vacío y la neutralidad fueran las propuestas de vida que anhela el corazón del hombre.

La dimensión pública y privada de la fe están íntimamente relacionadas. Sin dimensión pública la fe se convierte en un tesoro escondido, como el de la parábola de los talentos. Y no quiero decir con eso que todos estén obligados a rezar el rosario en la calle, pues la dimensión pública de la fe tiene múltiples y diversas manifestaciones. Pero cuando no hay dimensión pública o nos repelen algunas de sus expresiones, es porque quizá en el fondo lo que no hay es vida privada de oración, relación verdadera con el Señor.

Las buenas noticias hay que proclamarlas a los cuatro vientos, por tierra mar y aire, en los templos y en las aceras, en el bar y en las redes sociales. Y si uno no siente esa necesidad puede que aún no haya descubierto la Buena Noticia.

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