Yeats, un 24 de diciembre
Que nada turbe, en este atardecer, el milagro del Madrid que yo desearía siempre. Y que sólo una vez al año comparece
Cada año, este silencio. 24 de diciembre. Hacia el inicio de la tarde, bajo la luz helada y amarilla, el cálido barullo de la ciudad va enmudeciendo. Y al vértigo de gentes que aceleran su captura de ningún sitio, sucede un inmenso vacío de aceras y de calzadas desiertas. Madrid era la Metrópolis de Fritz Lang hace cuatro horas, igual que lo es en todas las horas de todos los días. Menos en estas pocas: las que lo transubstancian, tan brevemente, en la geométrica «ciudad ideal», Città Ideale, en la cual un pintor de Cinquecento, cuyo nombre nunca conoceremos, fija la perfección de los rediles humanos: su vacío. En la dureza de esa glacial arquitectura, las ciudades son bellas: esto es, inalterables algoritmos que el tiempo no horada, ni ensucia el ruido; un brillante cristal geométrico. Sin decepción ni afanes. Ni intimaciones ni lamentos. La belleza de la arquitectura es sólo eterna en la pureza de sus planos. Que los relojes no gangrenan.
No me atrevo a turbar siquiera ese inmerecido don de soledad en el que la ciudad se ha envuelto. Pasear en ese espacio, ahora vetado a los ruidosos hablantes, vendría a ser, me digo, transgredir lo sagrado: la liturgia informulada que exige que todo retorne al tiempo del mito, al tiempo de antes del tiempo. No hay horas más propicias en el año a la lectura, que estas pocas en las cuales, del mundo de los hombres, parece haber quedado sólo la tácita presencia de los libros.
Y me viene a la memoria un muy breve poema navideño, escrito por William Butler Yeats en 1914. «Los Magos» –esto es, los «Reyes Magos»– es la añoranza
misteriosa –pero eso, en Yeats, es norma– del tiempo del sosiego desde el tiempo del espanto: del Belén desde el Calvario. Lo releo en silencio. Sin ni siquiera el Erbarme dich de Johann Sebastian Bach –esa desgarradora llamada del Hijo a la piedad del Padre– en un susurro. Sólo hoy palabras escritas: ausencia de ruido. Que nada turbe, en este atardecer, el milagro del Madrid que yo desearía siempre. Y que sólo una vez al año comparece: la «ciudad ideal», la del silencio de nuestros más hondos sueños.
«Reyes Magos» de Yeats:
con vivas sayas tiesas, pálidos e insatisfechos,
en un visto y no visto por el azul del cielo,
con sus antiguos rostros cual piedras en la lluvia,
y sus yelmos de plata, uno al lado del otro,
y sus ojos muy fijos, esperando de nuevo
hallar –insatisfechos del turbulento Gólgota–
el misterio indomable sobre el suelo bestial».
Retornará la ciudad a su estruendo. Dentro sólo de unas horas. Yo seguiré aguardando a los Magos silenciosos el año que viene. Cuando todo en la ciudad calle: y todo, en los que ese callar escuchan, se enmascare en poesía. «Más allá del alboroto / y el fragor de los sueños derrotados».
Feliz Navidad a todos.