Zorra
Ya tenemos canción para Eurovisión, inspirada por Irene Montero, Pam Rodríguez y las jinetas del apocalipsis igualitario
Antes de hablar de Zorra, que solo representa a RTVE en Eurovisión, aunque todo el mundo crea que es a España entera, conviene enmarcar el asunto con un dato imprescindible: la ciencia ha demostrado que, por primera vez en casi un siglo, el cociente intelectual de la humanidad ha descendido.
Y señala dos razones para ello, los sistemas educativos y las redes sociales, antes de alcanzar una conclusión: no nacen más tontos, pero el contexto sí les hace más tontos. Es como una especie de cambio climático neuronal que churrusca más las meninges y las transforma en zarajos de Cuenca.
Hechas las presentaciones, vayamos con Zorra, que es la hembra del «mamífero cánido de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas». ¿Una canción dedicada a un animal sin el visto bueno del PACMA?, pensarán de entrada los responsables de la caída de la inteligencia humana media.
Luego, tras recurrir a las fuentes en Tik Tok, entenderán que «zorra» también es una manera despectiva de llamar a las prostitutas o incluso a las damas en general y que, contextualizada, puede intentar significar lo contrario: empoderamiento femenino, con la conquista del término para utilizarlo, a continuación, para liberarse con ironía de yugos previos y que signifique justo lo contrario de su intención inicial.
Esto último, amigos de cociente intelectual creativo como las cifras del paro en «Los mundos de Yoli», es lo que pretende la canción que nos representará en Suecia, en la voz de una señora sin voz acompañada por un señor que hace peinetas a sus cincuenta y muchos años y presentada en Benidorm con una coreografía ciertamente empoderada.
Salieron la señora sin voz y el señor de la peineta al escenario y, junto a ellos, dos bailarines con una especie de corpiño sin tela suficiente para taparse el culo, travestidos para una causa tan noble como el empoderamiento femenino en cuestión, ya practicado en el pasado por otras grandes artistas sin tanto éxito.
Unas porque no ganaron, pese a demostrar empíricamente la sorprendente teoría de que a los hombres nos asustan las tetas, quién nos lo iba a decir; y otras porque casi sí ganaron, pero al parecer en su caso el despliegue anatómico no liberaba del todo a la mujer y, sin embargo, perpetuaba los estigmas sobre ella.
Desgraciadamente, sigue pendiente de edición un manual que nos enseñe a los más espesos por qué Bandini es la Clara Campoamor de los escenarios y Chanel, por contra, una vulgar gogó inútil para la causa igualitaria.
A ver si Irene Montero y Pam Rodríguez, ahora que tienen tiempo, editan esa guía imprescindible para saber cuándo una mujer empodera al resto y cuándo no, a ser posible con pocas páginas y una versión instagramer de fácil metabolización para los cocientes más humildes.
Creo que nadie con algo de sesera y dos ojos puede negar que la mujer siempre lo tuvo más difícil y hoy, pese a las evidentes mejoras, lo sigue teniendo peor.
Sin necesidad de incurrir en el apocalipsis feminicida del coro hiperventilado que habla como si toda mujer fuera una víctima, estuviera enferma, necesitara asistencia o se reconociera en el nuevo epígrafe constitucional para los disminuidos; el punto de partida está más abajo, el de llegada más arriba y el camino tiene más piedras.
La cuestión es si la mejor manera de lograr una atención sensata para ese agravio, que permita adoptar medidas útiles y discursos razonables; es delegar la misión en quienes viven de ella o aspiran a hacerlo y necesitan eternizarla para no perder nunca su sustento alimentario.
Y en el séquito de mamertos y de mamertas que destrozan el lenguaje con su estupidez inclusiva; llaman mujer a un soldado con la bayoneta intacta; defienden la legalización del sexo sentido, oscilante o mediopensionista; o ven a Rubiales como un violador a la vez que promueven leyes en beneficio de mil violadores y pederastas de verdad. Todo ello mientras la mujer española sufre más el desempleo y la precariedad laboral que ninguna otra en Europa.
Eso sí, en Suecia todo el mundo escuchará a una señora llamándolas «zorra», que como todo el mundo sabe ayuda mucho más a la igualdad que tener un buen trabajo, unas buenas leyes, una mejor educación y una mayor cultura. Todas pobres y con trabajos de mierda, pero eso sí, zorras, empoderadas, solas, borrachas y eurovisivas. Que caiga ya el meteorito.