Galicia
Nunca Galicia ha decidido tanto como ahora: los gallegos tienen en su mano el futuro de España
El Centro de Intoxicaciones Sanchistas (CIS) es una escort del Régimen y nunca falla: hace lo que se espera de ella, que en el caso de Galicia supone inducir la sensación de que es posible derrocar al PP para poner en la Xunta a Ana Pontón, la gemela de Yolanda Díaz , en nombre de la Bildu sin voces de Galicia.
En pleno debate sobre la abolición de la prostitución, sigue quedando pendiente de aclarar si la cosa demoscópica entra o no en el epígrafe de las decadentes instituciones del Estado sometidas a Sánchez por un puñado de dólares.
Uno piensa afirmativamente, y que al igual que la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional, el jefe de los letrados del Congreso o los capitostes del Instituto Nacional de Estadística o el Servicio Público de Empleo, forma parte del mismo lupanar dirigido por el líder socialista para dar apariencia de victoria aplastante a las sistemáticas derrotas que cosecha, tan evidentes aritméticamente como inútiles a efectos de mandarlo a escardar cebollinos.
La casa de lenocinio de Tezanos, que no es barata pero sí muy eficaz, acaba de sentenciar que la remontada gallega es posible y que la alianza de Pontón, Besteiro y Lois, protagonistas de la vieja La parada de los monstruos, está a punto de dar el sorpresón y añadir a Galicia a la lista negra de Cataluña, las Vascongadas y Navarra como avanzadilla de la destrucción de España.
Todo el mundo sabe que eso es mentira, pero el CIS ya no analiza el futuro inmediato: se dedica a fabricarlo, con la certeza de que si falla nadie se lo reprochará en el Califato Sanchista y, si acierta, se lo agradecerá por haber colaborado en la inducción del resultado. Es el «Efecto Pigmalión» en su versión más cutre pero igual de eficaz: a fuer de insistir en una profecía, puede terminar ocurriendo.
Los manejos de la madame de Sánchez, jubilada en la prestación directa del servicio pero inmejorable para coordinar al resto de señoritas del antro con luces que es el nuevo Movimiento, tienen una virtud involuntaria: permiten vislumbrar, antes de que ocurra, qué sucedería si se cumple el presagio y Galicia también se viste de independencia.
Porque ése es el asunto. El 18 de febrero no solo se juega si los catetos de «Nunca Mais», cheos de viño, transforman mi segunda tierra en una Euskadi con grelos, sino si también legitiman el resto de insurgencias aceleradas por Sánchez para lograr a cambio la Presidencia.
España no resistirá otro soplido gallego y su defunción programada por la Moncloa, más por necesidad que por convicción, acelerará si las urnas meten a Galicia en el saco de Otegi, Puigdemont o Chivite, los res jinetes del apocalipsis secesionista que cabalgan a lomos de Sánchez, convencido de que es un corcel cuando no pasa de borrica de labranza.
Así que los gallegos, que son los tipos que mejor soportan los designios de la fortuna pero más se resignan a sus caprichos, junto a los rusos, tienen en sus manos la resolución del dilema: si mandan a Alfonso Rueda con la Santa Compaña, caerá la noche sobre la Constitución y España se transformará en un ente jorobado, cojo, ciego y con las mismas posibilidades de sobrevivir que una gacela en la sabana africana.
Tezanos, por ayudar al señorito, ha anticipado el desenlace: si la tal Pontón, que es de Bildu aunque no lo sabe, sale victoriosa por carambola, España ingresará formalmente en el club de los Estados fallidos. Lo demás son milongas.