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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El dedo de Ocampos

El penúltimo debate majadero de la España delirante ya está servido: comparar al futbolista del Sevilla con la narradora de las uvas en TVE

Actualizada 01:30

Un jugador del Sevilla sufrió en Vallecas la agresión más extravagante y desagradable, aunque no la más dolorosa, que se recuerda en un campo de fútbol. Ocampos, bravo futbolista argentino, se dirigió a la banda con la firme decisión de poner el balón en juego cuando, de repente, notó algo en el recto y se giró.

Sorprendido, vio a un aficionado lo suficientemente mayor como para saber que no se mete el dedo en el culo de nadie sin pedirle permiso al menos pero, a la vez, lo suficientemente menor de edad como para que su acción no comporte tarjeta roja penal.

Éstos son los hechos y así se los hemos contado: hubo contacto, el contacto llegó por detrás, no fue una carga reglamentaria y podemos concluir que fue penalti y expulsión. El sabio delantero puso el lance en el lugar que le corresponde, pidiendo una sanción a la altura de la falta recibida, lo que a falta de un reglamento que precise cuál es la multa para una acción sin precedentes, parece de lo más oportuno.

También añadió, para darle al episodio la gravedad que tiene y esquivar las chirigotas que ya se preparaban en Cádiz para el año que viene, que si en lugar de ser él la víctima lo hubiera sido una futbolista, pensando sin citarla en Jenni Hermoso, a nadie se le ocurriría bromear al respecto.

Y es aquí donde queríamos llegar. Porque no pocos han vuelto a incurrir en un doble error que reclama la atención de este humilde VAR de la vida cotidiana. ¿Son comparables el puntazo en el ojal a Ocampos con el ósculo a la presentadora de las campanadas en TVE? ¿Son ambas agresiones sexuales? ¿Solo una de las dos? ¿O tal vez ninguna?

Al paciente lector le podrá parecer excesivo que dediquemos un espacio como éste, entre Ussía, Ventoso, Maura, Alcaraz y tantas otras plumas ilustres de «Casa Rubido», a un tema menor al lado de la rebelión de fiscales ante Sánchez, la necesaria tractorada que recorre España o el penúltimo clavo en los ataúdes de las pequeñas empresas con la subida del SMI. Pero en las cosas pequeñas está la clave de la humanidad.

Empecemos por el principio: meterle una falange del dedo índice por el orto a un deportista es muchas cosas, además de una inspiración para una novela de Tom Sharpe si siguiera vivo, y todas ellas reprobables. Pero no es una agresión sexual.

Los hombres sufrimos en silencio nuestros propios males, pero entre ellos no está la violencia sexual: de las 636 condenas por delitos de este tipo registradas por el INE en el último ejercicio cerrado, el de 2022, solo 24 tienen a mujeres por protagonistas. Y las víctimas, muy probablemente, sean niños.

Tener que aclarar a estas alturas que existe una violencia específica contra las mujeres, más por razones de la fuerza superior de su agresor que por factores educativos que algunos quieren arreglar llevando «Zorra» a Eurovisión, produce casi melancolía: claro que ellas sufren lo que nosotros no sufrimos, y lo último en que andaba pensando el majadero digital de Vallecas era en provocarse el placer que sí buscan los 612 condenados por violación, abusos, agresiones, acoso o exhibicionismo.

La resolución de la primera duda, que no resta importancia a lo que le hagan al trasero de Ocampos pero sí la sitúa en su contexto, solventa también la primera: desgraciadamente, hay el suficiente número de delitos sexuales contra las mujeres como para inventarse que un beso público de un hortera pertenece a ese epígrafe.

No se puede rechazar la categoría de agresión sexual para Ocampos sin hacerlo, a la vez, para Jenni Hermoso. Y no se puede, tampoco, frivolizar ni minimizar la delincuencia sexual femenina por muy ridículo que suene ya el obsceno Auto de Fe igualitario desatado contra el bobo de Rubiales.

El día que aprendamos que lo LGTBI no se defiende mejor mandando mamarrachadas a Eurovisión, ni condenando a un calvo por un beso ni, por llegar hasta el final, inventando el nuevo personaje de Jenni Ocampos, estaremos más cerca de hacer justicia. O, por lo menos, de no hacer tanto el ridículo.

Y ahora, volviendo a temas serios, señor Sánchez, sáquenos usted también el dedo. Haga el favor.

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