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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La izquierdita no reconoce a un trabajador cuando lo ve

Agricultores, marineros, autónomos y comerciantes son lo mismo y por eso les señalan: no apoyarles es una victoria de Sánchez y su banda

Actualizada 11:03

Ya ocurrió con los transportistas del chaleco amarillo. Cuando aparecieron en escena, con más razón que el Santo con más razones, la izquierdita los miró con curiosidad, al principio. Como quien observa por primera vez a Sirius, el Ojo en el Cielo, la enana blanca más brillante del cosmos.

¿Qué serán? Se preguntaban los esforzados compañeros del metal de UGT y CCOO, secundados por esa legión de dirigentes del PSOE, de Podemos, de Compromís, del cine español y de la Selección Nacional de Opinión Sincronizada que tampoco alcanzaba a entender el fenómeno. ¿Eran oruga o mariposa? ¿Trabajadores o insurgentes?

El dilema duró poco. En cuanto a Sánchez le vino mal, aquellos currelas y sus fregonetas, camioncitos y tráiler se transformaron para la élite izquierdosa en algo parecido a las tropas del Reich invadiendo los Sudetes, con la complicidad de las patronales del sector, plagadas de Unais Sordos con corbata y el mismo modus operandi que la UGT: encabezar causas que no representan para controlárselas al Gobierno a cambio de un estipendio suficiente.

Ahora vuelve a pasar lo mismo con los agricultores, a punto de convertirse para el universo sanchista en una especie de terrorismo fascista: ellos sí y los CDR no, soltarán en cinco minutos cuando el más rudo de los movilizados haga algo que no debe, salvo que sea minero o empleado de astillero o independentista, en cuyo caso todo vale y merece conmovido aplauso.

Un Gobierno que es más duro con los agricultores, los marineros, los ganaderos, los autónomos, los comerciantes y los empresarios tipo (tan alejados del IBEX como Sánchez y su banda cercanos) que con los okupas, los vagos, los ñetas, los violadores, los golpistas, los antisistema, los separatistas y los terroristas tiene clara su apuesta, aunque sea vergonzosa: amalgamará a lo peor de cada casa para convertirle en un cliente cautivo, obligando al resto a pagar esa fiesta clientelar y a aguantar las vejaciones de sus mantenidos y enemigos.

Pero lo sorprendente es que la respuesta a ese relato sea empezar a pedir disculpas de antemano y a analizar, con el ánimo de un entomólogo investigando insectos bajo la lupa, la dimensión del atasco en una variante comarcal en Zamora o el número preciso de ruedas quemadas cerca de una rotonda en Lepe.

Si los agricultores, que somos todos pero en su caso con un despliegue testicular mayor, son inteligentes, sabrán encontrar la manera de que se les oiga sin dejar a nadie atrapado en la carretera con clase de pádel perdida, ante la certeza de que los mismos que disculpan a Txapote, se ríen de las andanzas de Puigdemont con Putin, tratan a los CDR de ONG, asaltan el Congreso o el Parlament y paralizan Cercanías para que les reduzcan la jornada laboral dirán que esos tractoristas son el ala dura y violenta de la fachosfera.

Aquí el problema es que la izquierda no reconoce a un currante cuando lo tiene delante, acostumbrada durante años a hablar en su nombre y a usurparles desde unos sindicatos instalados en la rapiña de la Administración Pública y los servicios domésticos al PSOE.

Por eso, cuando un trabajador de verdad se les pone cerca, no saben qué hacer con él, lo detestan, persiguen, criminalizan y hunden, no sea que su éxito sea la antesala del final de un régimen eterno de privilegios, canonjías, enchufes, subvenciones y confort en ese parque temático de la progresía en el que tantos viven de causas que, en realidad, pisotean.

Hay que ponerse del lado de los agricultores. Ellos son solo la avanzadilla valiente de la España silenciada, desorganizada, ocupada y estresada que paga todas las rondas y no tiene a cambio ni un miserable vaso de agua. Yo me subo también al tractor, y hay hueco para todos.

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