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VertebralMariona Gumpert

Ideas lujosas, ideas ruinosas

Está de moda pensar que una sociedad individualista y atomizada, la sociedad de un piso por persona, representa el ideal de libertad

Actualizada 01:30

Acabo de encontrarme con un tweet que así comienza:

«En la España actual:

1. Se crean menos «parejas estables»

2. Hay más divorcios

3. Hay menos hijos»

Pensé que el planteamiento se desarrollaría en la siguiente dirección: «esto, además de suponer un mazazo económico y un trauma emocional para los involucrados, debilita el pilar de toda sociedad sana, fuerte y libre: la familia. Deberíamos replantearnos cómo se entienden ahora las relaciones sentimentales, volviendo a consideraciones más maduras y que se han demostrado exitosas en el pasado».

Pero no. La conclusión del tweet era la siguiente: «Esto hace necesarias más viviendas, más pequeñas. Una forma «rápida» de aumentar oferta sería facilitar/fomentar la división de viviendas grandes en varias pequeñas. No se hará».

En 2019, Rob Henderson (Universidad de Cambridge) acuñó un concepto nuevo: el auge de las ideas lujosas (luxury beliefs), a saber, de las ideas que sólo pueden permitirse quienes acumulan más de seis ceros en sus cuentas corrientes. El divorcio es una de ellas: si Cristiano Ronaldo se divorcia (Dios no lo quiera) su patrimonio se verá reducido, pero acabará peor que si se divorcia Don Paco, el panadero. No es lo mismo perder un par de coches de lujo y un casoplón que tener que volver a vivir con tus padres ancianos y, aun así, ir más ahogado en términos económicos que cuando estabas casado.

Nuestro tuitero, hay que ser justos, no cree entrar en una valoración moral del problema. Seguramente nos diría que se limita a describir un problema real y a proponer «soluciones habitacionales» que no ahoguen al personal. La intención es buena, pero ¡ay! ¡qué rápido olvidamos que nuestro modo de encarar los problemas nunca es aséptico, mera tecnocracia, aunque se disfrace de tal! A distintas soluciones, distintas consecuencias. El tecnócrata se pierde en el problema que tiene en la rama un árbol determinado, ignorando que se encuentra ante un bosque de tamaño considerable. Es natural que, ante el tema de la vivienda, enfoque así su manera de solventarlo. Entre otras cosas porque tendría éxito a corto plazo, en el caso de que esta solución bajara el precio de la vivienda. Y tendría éxito porque su análisis, en lo que tiene de minúsculo, es certero: a los jóvenes y divorciados se les abriría el cielo con pisos unipersonales sustantivamente más asequibles.

Lo que no se entiende es que, con este tipo de planteamiento, lo que se fomenta es la idea de que la soledad es algo natural y, por tanto, muy frecuente: por eso centramos las soluciones en las consecuencias (personas solas necesitan vivienda barata) y no en las causas (¿por qué muchas personas acaban viviendo solas?). A veces la soledad es inevitable, en algunos casos es buscada. Recordemos que el matrimonio no ha sido, tradicionalmente, el estado de vida más elevado: por encima se consideraba, desde San Pablo, el celibato. Ambas opciones vitales (vocaciones) tienen en común algo fundamental: la entrega al otro. Resulta evidente que este planteamiento lo puede «interpretar» cada cual como le dé la gana: maridos borrachos, mujeres maltratadoras de niños y ancianos a su cargo y curas con amantes. Lo importante, sin embargo, es el planteamiento sociocultural de fondo, del que no se puede hacer una enmienda a la totalidad simplemente por la maldad, debilidad o estupidez de sus miembros.

Una sociedad en la que uno asume que el propósito vital es dar la vida por los demás, y hacerlo en comunidad (familia, parroquia) no sólo es elevada en términos morales; es, además, fuerte (social y políticamente). Está de moda pensar que una sociedad individualista y atomizada, la sociedad de un piso por persona, representa el ideal de libertad. Hay quien interpreta su mini piso de soltero como la república independiente de su casa: no tiene que soportar padres ni hijos y el pueblo soberano es uno y todo con el monarca absoluto de esos 35 m2. Lamentablemente, la realidad nos cuenta otra cosa: ese piso es una celda más de un inmenso panal llamado Estado, dirigido por una abeja reina para la cual las obreras trabajan gustosas, sin darse cuenta de la esclavitud que las ata, pues sólo a ella pueden recurrir cuando se tuercen las cosas.

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