Ultimatum a la democracia
Hace tiempo que Sánchez decidió gobernar solo para los suyos, al estilo de Maduro. Sus amiguetes del Foro de Sao Paulo, como Petro o Lula, menudas piezas, ya le han apoyado
No creo que la carta de Sánchez a los ciudadanos sea un asunto que vaya a morir en los próximos días, traspasado el plazo que concluye el lunes. Sobre el contenido de la misiva presidencial, sin membrete de Moncloa ni del partido, se ha escrito mucho. Es un texto pleno de infantilismo, victimismo, cinismo e hipocresía. Ya se ha dicho. Intentaré ir más allá.
A George Lakoff, un genio de la lingüística cognitiva, y por ello del relato, habría que escucharle opinar sobre esta nueva pirueta del relato de Sánchez, pero uno no está para viajar a Berkeley. Queda claro que quienes pensaron que nuestro presidente es tonto, se equivocaron. Lo que ha hecho Sánchez es una habilidad que corresponde a un autócrata que no cree en la democracia y se considera amparado para saltarse los que considerará meros «trámites» democráticos. Para él la democracia es una fórmula que comienza y concluye allá donde él decide. Acude a la opinión del ciudadano no en las urnas sino apelando a sus emociones que él supone en cada momento. De tonto, nada. Cree adivinar las reacciones de las gentes a las que ha perdido el respeto y considera un rebaño.
Sánchez se ha convertido en víctima utilizando una vía vergonzosa en democracia. En ningún país de nuestro entorno, el inicio de una investigación judicial de la mujer del presidente supondría este esperpento, una reacción como de colegial ante un suspenso. Imaginemos que ocurriese con la mujer de Biden, Macron, o en su día con el marido de Merkel. Sánchez ha elegido ser la excepción. Cualquier político aspira a alcanzar el poder y a conservarlo. Lo importante es hasta dónde está dispuesto a llegar para seguir en el sillón y si aceptaría su relevo. La alternancia es la esencia de la democracia. Considerar que el objetivo es impedir a toda costa y por cualquier medio que la oposición pueda gobernar es una negación de la democracia misma.
La denuncia de Manos Limpias sobre los manejos de Begoña Gómez, con cartas firmadas por ella apoyando a empresas que luego fueron favorecidas por el Consejo de Ministros presidido por su marido, no creo que llegue a nada. La Fiscalía –pues eso– ya ha intervenido en favor de la denunciada. Todo se ha manipulado. Sánchez no consideró ultraderechista a Manos Limpias cuando llevó a los tribunales a Urdangarin. Ni desautorizó al juez de aquel procedimiento, Castro, que, ya jubilado, se presentó a las elecciones en la lista de Sumar. Estos días se ha citado el caso de Urdangarin y creo haber sido el primero en recordar aquel episodio junto al de Begoña Gómez en la columna Begoña no es Iñaki (6-4-24) de El Debate. Pero, claro, entonces se sentaron en el banquillo una hija del Rey Juan Carlos y el yerno, y ahora se trata de la mujer de Sánchez. Dónde va a parar. Entonces todo era cristalino y democrático y ahora es una oscura conspiración de la «fachosfera». La «jauría ultraderechista» en palabras de Bolaños.
En la televisión que pagamos todos ya ha habido quien pide el control de los jueces y de los medios. Sánchez ha arremetido contra los «medios ultraderechistas». Sigue con su muro y hace tiempo que decidió gobernar solo para los suyos, al estilo de Maduro. Sus amiguetes del Foro de Sao Paulo, como Petro o Lula, menudas piezas, ya le han apoyado. Pero lo importante sería saber qué hay detrás de esta operación calculada al milímetro, aparte de buscar que le alaben y jaleen. Y es más que probable que no lo sepamos el lunes aunque comencemos a intuirlo. De momento el ultimátum es para blanquear a Begoña Gómez, como ya se hizo con Puigdemont y con Bildu.
Sánchez, alumno aventajado de Zapatero, reconstruye sin pausa las trincheras de la guerra civil, sigue la estela de Largo Caballero, ya lo anunció en su día; en aquella ocasión no mintió. Hace mucho que Sánchez tiene la intención de cambiar el país a su antojo y para los suyos. Para marcar camino él puede insultar y calumniar, como calumnió a la familia de Díaz Ayuso o a la mujer de Feijóo, pero a los suyos que nos los toquen hagan lo que hagan. Su familia se merece respeto y las familias de los demás que aguanten. Y como enfrente tiene políticos buenistas, así nos va. En el Pleno del Congreso en el que se encorajinó, quien le sacó el tema que le dolió fue Rufián, siempre en su apellido.
La Corona debería saber –supongo que no lo ignora– que no se libra de figurar en los planes de Sánchez. Preceder al Rey en actos o en saludos oficiales, colocarse en un acto público con Begoña Gómez junto a los Reyes para ser saludados, o recibir al Rey con las manos en los bolsillos, son síntomas. Pero todo se andará. O eso quisiera él.