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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Las mil pesetas de Ruiz Alonso y el asesinato de Lorca

Después de tantas especulaciones el asesinato de Lorca podría deberse, lejos de las ideologías, a la oscura venganza contra la familia que le protegía de un tipo mediocre, acomplejado y cobarde

Actualizada 01:30

Son no pocas las versiones sobre los últimos momentos de Lorca, algunas interesadas y la mayoría de ellas surgidas de la propaganda ideológica desde los duros tiempos de la guerra. Investigaciones apuntaladas en testimonios orales son revisadas cuando se accede a documentación fehaciente. El documento es el sustento del investigador. La obra fundamental, aparte de la más temprana, sobre la muerte del gran poeta es, en mi opinión, Los últimos días de García Lorca, libro póstumo de Eduardo Molina Fajardo publicado en 1983 pero escrito bastante antes, sin restar méritos a otras investigaciones estimables como los posteriores libros de Ian Gibson y de José Luis Vila-San Juan.

La detención y el posterior asesinato de Lorca han abierto especulaciones y se han manipulado desde que se produjeron. Y en detalles a veces meramente ornamentales. Por ejemplo, la leyenda hacía figurar en el piquete de ejecución a guardias civiles y falangistas, asunto ya desmentido por testimonios irrefutables. Está confirmado que Ramón Ruíz Alonso denunció al poeta el 16 de agosto de 1936 ante el comandante José Valdés Guzmán, un tipo duro y parece que fácil de perder la templanza, autonombrado gobernador civil de Granada tras la sublevación.

¿Quién era Ramón Ruíz Alonso? Un obrero tipográfico salmantino residente en Granada, circunscripción a la que había representado como diputado de la CEDA en las Cortes republicanas entre 1933 y 1936. Se había educado con los salesianos en Salamanca y allí coincidió con José María Gil Robles del que se hizo amigo y a cuyo liderazgo se sumó años más tarde. Al estallar la guerra civil se unió a los sublevados y participó en actos de represión. No tenía buena fama en aquella ciudad asustada, convulsa y con el frente cerca.

Inquietado por milicias armadas en la Huerta de San Vicente, Lorca se trasladó a casa de los Rosales buscando su seguridad. Las dos familias eran amigas. El hermano mayor, José Rosales, llamado Pepiniqui, era el jefe provincial de Falange y eso daba seguridad al refugiado. Sobre la estancia de Lorca en casa de los Rosales y detalles de aquellos días hablé con Luis Rosales, mi buen y admirado amigo, aunque era un asunto del que no le gustaba hablar. Félix Grande, tan cercano a Luis, escribió un hermoso y esclarecedor libro, «La calumnia», en el que cuenta lo que se sabe y lo que no se sabía, y hace justicia a los Rosales.

Ramón Ruíz Alonso, acompañado de gente armada, se presentó en casa de los Rosales y, pese a la oposición de la familia, se llevó a Lorca al gobierno civil. Lo hizo cobardemente porque sabía que José, el hermano mayor, estaba en el frente y en la casa sólo permanecía el hermano menor, Luis, el futuro poeta de la «generación del 36». Cuando esa noche regresó a Granada José Rosales se presentó en el gobierno civil haciendo valer su condición de jefe de la Falange granadina, y cuando protestó por la detención del poeta en su casa, el tristemente célebre comandante Valdés, le amenazó de muerte ante testigos por «proteger a un rojo». Para no pocos historiadores Lorca salió para La Colonia, antesala de su asesinato en Víznar, el mismo día de su detención o el siguiente.

Hay un curioso episodio que ofrece un motivo a añadir en la detención de Lorca por Ruíz Alonso: perjudicar a José Rosales denunciándole por su protección al poeta, y así implicar a la Falange granadina. En las elecciones de febrero de 1936 Ruíz Alonso revalidó su escaño, pero en Granada y en Cuenca se repitieron los comicios por denuncia de fraude y Ruíz Alonso no consiguió acta. Entonces acudió a José Rosales para que intercediese ante José Antonio Primo de Rivera y le admitieran en Falange. A cambio de su ingreso pidió que se le asegurasen las mil pesetas mensuales que hasta entonces cobraba como diputado. José Rosales respondió a Ruíz Alonso, y no con buenas maneras, que el partido no pagaba las adhesiones, que necesitaban afiliados que cotizasen y no aspirantes a cobrar.

La petición de Ruíz Alonso y la respuesta de José Rosales corrieron por los círculos políticos y sociales de Granada, y el tipógrafo y ex diputado se vio en boca de todos y desairado en sus filas sin haber conseguido ingresar en las nuevas que pretendía.

No resulta aventurado opinar que cuando Ruíz Alonso denunció a Lorca como refugiado en casa de los Rosales la denuncia tenía en el punto de mira no sólo al poeta sino también al jefe falangista y a sus hermanos que quedaban como traidores al proteger a un «rojo». En las pesas y medidas de aquellos días, con Granada ni mucho menos asegurada para los sublevados, y con Andalucía entre combates más o menos abiertos, el comandante Valdés y el propio Ruíz Alonso esperaron a que los dos hermanos mayores Rosales no estuvieran en la ciudad para rodear la casa y llevarse a Lorca. Buena prueba de las intenciones del delator es que cuando José Rosales se interesó por Lorca ante Valdés éste le amenazó con fusilarle sin dilación.

Las mil pesetas que José Rosales negó a Ramón Ruíz Alonso y los comentarios de los hermanos Rosales, que inundaron la ciudad, sobre la petición del exdiputado, acaso deban considerarse entre los hechos que llevaron al gran poeta y dramaturgo a la muerte. Después de tantas especulaciones el asesinato de Lorca podría deberse, lejos de las ideologías, a la oscura venganza contra la familia que le protegía de un tipo mediocre, acomplejado y cobarde.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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