La trampa del buenismo
Creer que el diálogo y el buen talante todo lo arreglan es una ingenuidad que no se puede permitir un político con responsabilidad de gobierno
Iba a escribir sobre el 14 de abril que es una fecha con mensajes de arrojo, entrega, talante revolucionario, y estilo, sobre todo estilo. Naturalmente me refiero a la fecha de nacimiento del maestro Juan Belmonte, el 14 de abril de 1892, en Sevilla. Llamado «el Pasmo de Triana», el torero más popular de la historia, cuya magna biografía firmada por Manuel Chaves Nogales releo alrededor de cada 14 de abril. El primer matador que fue portada de Time ya en 1925, que aparece en novelas de Hemingway, a quien dedicó Gerardo Diego su Oda a Belmonte y Valle-Inclán le ofreció un homenaje de intelectuales con palabras encendidas. Juan Belmonte fue un revolucionario del toreo de su época; supuso un antes y un después. Una revolución positiva, no como otras. Desde el arrojo, la entrega, el talante y el estilo. Y al final, cansado de vivirse, se descerrajó un tiro en la sien, allá en su finca de Utrera, seis días antes de cumplir 70 años.
Pasando página de mi impar 14 de abril belmontiano, el término buenismo viene atribuyéndose a conductas basadas en la creencia de que los problemas por arduos que sean pueden resolverse con el diálogo, la tolerancia y el buen rollito. Desde ahí ha pasado a ser utilizado para señalar unas determinadas maneras de gobernar desde políticas de buen talante, condescendientes, de apaciguamiento. En definitiva, débiles. Poner la otra mejilla al recibir una bofetada es una reacción cristiana y su mansedumbre digna de reconocimiento, pero nada aconsejable a la hora de gobernar a los pueblos o de aspirar a gobernarlos.
En vísperas de la segunda guerra mundial países que luego fueron aliados contra el nazismo ejercieron con el régimen de Hitler un buenismo errado. Suele citarse como ejemplo a Neville Chamberlain, acaso con más dureza que justicia; el mundo sufrió el resultado. Winston Churchill fue una de las pocas voces que anunciaron la inutilidad del apaciguamiento y la condescendencia. En España la quintaesencia del buenismo ha tenido a través de la historia diversos protagonistas. En su día lo fue Zapatero. Su política exterior, desde la Alianza de Civilizaciones al frustrado intento de cambiar la posición común de la Unión Europea respecto a Cuba, o pensar que el contencioso de Gibraltar se iba a arreglar con buenas palabras, fueron apuestas por un buenismo inútil.
Ahora Sánchez, el compadre político de Zapatero, abre otra vez la negociación sobre Gibraltar. Nos engañarán. El buenismo considera que la mano tendida soluciona los conflictos, pero es falso. La debilidad de una parte fortalece y amplía las demandas de la otra. En su día el ministro Moratinos declaró que el buenismo era su «apuesta de futuro», y se mostró encantado de que los socialistas tuviesen por esos mundos fama de ser «tan buenos». Pero es un espejismo. Cuando un Gobierno es considerado bueno es que se trata de un Gobierno débil.
Igual que es un espejismo creer que hay un terrorismo malo y otro menos malo, lo que vende, hipócrita, Sánchez tras contradecirse una y otra vez. Es lo que quiere Puigdemont que cada vez está más exigente y Sánchez más sumiso. El diálogo con el terrorismo fue otro error buenista, y blanquearlo es una traición. Veremos en qué desembocan las elecciones vascas. Compartí durante dos años tertulia semanal en la SER con Ernest Lluch, una gran persona, y le escuché muchas veces defender con ahínco el diálogo con el terrorismo para salir de la violencia. Era puro buenismo. Acabó recibiendo un tiro en la nuca como ejemplo de diálogo.
Ese buenismo se manifiesta también, y a menudo, en la derecha. Nunca entendí el apaño entre PP y PSOE sobre el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas. Resultó peor. Tampoco entiendo esas alegrías del PP por medio millón de nacionalizaciones de la inmigración, que agradecerán con sus votos al Gobierno. Ni que el PP no diga ni pio ante la continuada progresión numérica (cientos de miles) de nacionalizaciones procedentes del coladero de la ley de memoria mentida, digo democrática. Votos para la izquierda. Creer que el diálogo y el buen talante todo lo arreglan es una ingenuidad que no se puede permitir un político con responsabilidad de gobierno. O que aspire a alcanzarlo. El diálogo es un medio no un fin y tiene sus límites. Se dialoga para ganar. Hay asuntos sobre los que no cabe dialogar e interlocutores imposibles. Demasiadas veces, en la vía del apaciguamiento, unos y otros han hecho el ridículo. El buenismo convertido en trampa.
El buenismo acaba en que cada cual hace lo que le viene en gana, que se hable de derechos y no de deberes, que se prefiera pedir perdón a pedir cuentas, que si otro país nos ofende nos conformemos con el cobarde «podía haber sido peor». ¡Ay el móvil de Sánchez! España paga a piratas, distingue al arrogante vecino del sur, se arrodilla ante él, jalea a un grupo terrorista palestino, se aleja de Israel, queda en ridículo ante el mundo… Y el Gobierno encantado de haberse conocido.
Gracias al buenismo estúpido de tantos, Sánchez tiene detrás a millones de votantes, pese a que no puede salir a la calle sin que le abucheen. Pero el león es el rey de la selva no porque sea el animal más fuerte, ni el más bello, ni el más veloz, ni el más peligroso. No es nada de eso. El león es el rey de la selva porque los demás se lo han creído. Pues eso.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando