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02 de julio de 2024

El observadorFlorentino Portero

Nuevo tiempo, nueva política

Se afirma que el consenso de centro, entre populares y socialistas, resiste. Numéricamente sí, pero poco más. Los populares son conscientes de que sus votantes no están satisfechos con su labor durante la última legislatura

Actualizada 01:30

El que los ciudadanos voten en las elecciones al Parlamento Europeo sin tener en cuenta la agenda europea no quiere decir que sus papeletas no cuenten. ¡Vaya si cuentan! De entrada, estos resultados cumplen la función de acta notarial de un importante giro en el sentir de la gente. Es verdad que no es algo novedoso, que tanto en previas elecciones europeas como legislativas las tendencias ya eran visibles. Sin embargo, no podemos restar importancia a lo sucedido en términos generales y nacionales.

Los sistemas políticos son muy sensibles a los cambios sociales derivados de las revoluciones industriales. Podemos afirmar, sin temor a exagerar, que Europa está viviendo una mutación política, acorde con lo que está sucediendo en los ámbitos industrial y social. El que el partido de Le Pen haya más que doblado al de Macron no es cuestión baladí, de ahí que nadie se sorprenda de la convocatoria de elecciones legislativas. Éstas darán paso probablemente a un gobierno lepenista con un presidente centrista, una experiencia que seguro nos deparará grandes momentos, pero que supondrá el principio del fin de una época. Macron tuvo la habilidad de aprovechar un escándalo político, el de la familia Fillon, para colarse en unas presidenciales. La sociedad francesa le dio la oportunidad de poner al día el sistema de partidos. No sólo fracasó, sino que consiguió convertirse en uno de los personajes más odiados por sus conciudadanos. Por otra parte, tanto la vieja derecha como los socialistas se han convertido en restos arqueológicos, anécdotas de la política francesa. Estamos ante un tiempo nuevo con nuevas formas de hacer política.

Meloni ha barrido, tanto a sus aliados como a sus rivales. Sabemos de su pragmatismo y sus intenciones de protagonizar la política europea. Sin embargo, antes debería poner en orden su propia casa, lo que no va a resultar fácil. En el gobierno su antieuropeísmo se ha matizado, ante la imperiosa necesidad de ayuda desde Bruselas. ¿En qué medida será capaz de reorganizar el centro derecha europeo? Es evidente su capacidad para entenderse con los centristas del Partido Popular Europeo, pero no está claro que pueda hacerlo con sus semejantes de Conservadores y Reformistas o de Identidad y Democracia. Por mucho que el fango socialista hable de la extrema derecha lo que está surgiendo es un cúmulo de formaciones que no responden a un patrón común y en el que podemos encontrar de todo.

En Alemania los escándalos en torno a Alternativa para Alemania han provocado una merma considerable de votos para esta formación, que podría haber superado el 20% de los sufragios. Aún así, ha quedado segunda. Aquí sí se puede hablar de extrema derecha, aquí sí que encontramos personajes y discursos peligrosos. Muy interesante ha sido el surgimiento de una escisión de Die Linke, a partir de un giro copernicano en el discurso. El partido encabezado por Wagenknecht ha optado por seguir a sus votantes en vez de tratar de reconvertirlos. Para ello ha dejado de lado el mundo woke –género, ecología…– para reivindicar una política anti inmigratoria, dar la espalda a los Estados Unidos y acercarse a Rusia y China. Las coincidencias con el lepenismo eran previsibles, puesto que trata de evitar precisamente lo que ocurrió en Francia, donde los votantes tradicionales de la izquierda se han instalado en el nacionalismo de derechas.

Se afirma que el consenso de centro, entre populares y socialistas, resiste. Numéricamente sí, pero poco más. Los populares son conscientes de que sus votantes no están satisfechos con su labor durante la última legislatura y de que si les vuelven a faltar al respeto acabarán votando a otras formaciones. Los socialistas han sufrido un desastre en Alemania y en Francia y están girando hacia la izquierda, con cierta desesperación, en toda Europa. Ni será fácil llegar a acuerdos con ellos ni será posible obviar la presencia y la presión de las fuerzas políticas a la derecha, en general los grandes vencedores de la jornada.

En términos parlamentarios la clave del próximo quinquenio va a estar en lo que pase en este espacio político en torno a dos ejes.

El primero es el de la organización de los grupos. Los lepenistas están en Identidad y Democracia. Los Hermanos de Italia, con Meloni al frente, en Conservadores y Reformistas. Los parlamentarios del húngaro Orbán se encuentran por ahora en el limbo, tras abandonar el grupo popular. La dispersión es grande, lo que resta eficacia. Le Pen, con el apoyo de Orbán, han propuesto a Meloni la fusión de los dos grupos. De esta manera surgiría una nueva derecha nacionalista y euroescéptica con capacidad de ejercer una influencia importante.

El segundo es el programático. De nada vale unir dos grupos si sus componentes no van a ser capaces de ponerse de acuerdo sobre un programa, a diferencia de los populares cuya organización es impecable. Aquí está realmente la clave. Estamos ante algo mucho más complejo que el resurgimiento de la extrema derecha, como repiten los voceros gubernamentales. Se está redefiniendo el espectro político desde los extremos y la diversidad es enorme. La idea de que Alternativa para Alemania pueda integrarse en ese hipotético único grupo es difícil de imaginar, como difícil resulta el acompasar filias pro rusas y chinas con genuinas vocaciones atlantistas.

El que la propuesta de Le Pen no salga adelante no querrá decir que la organización de grupos deba mantenerse como está. Existen otras opciones en las que el papel de Meloni podría ser fundamental, gestionando en paralelo movimientos en la política italiana y en la europea.

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