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06 de julio de 2024

Desde la almenaAna Samboal

La herencia de Colau

Los pisos seguirán encareciéndose porque las casas no caen del cielo de la noche a la mañana y porque los que deben resolver el entuerto no saben hacerlo

Actualizada 01:30

Antes de la gran crisis, los precios de la vivienda eran escandalosamente altos. Culparon a los malvados especuladores y a los políticos partidarios de liberalizar todo el suelo, salvo el expresamente protegido. En 2008 pinchó la burbuja inmobiliaria y cargaron la responsabilidad de la recesión sobre los mismos. El mercado, que había hecho ricos a cajas de ahorro y promotores temerarios, les hizo desaparecer.

Era una magnífica ocasión para que el político populista, por no decir necio, asaltara las instituciones, por no decir el cielo, al rescate del sufrido y expoliado ciudadano. Pusieron coto al encarecimiento de los alquileres y ¡oh, sorpresa!, redujeron el número de viviendas en el mercado o lograron que se acortaran a lo estrictamente legal los plazos de los contratos. Hoy, hay menos crédito, menos suelo y menos obra. Hay menos oferta de vivienda disponible y por eso los precios han vuelto a subir.

En esas estábamos hasta que llega la Moncloa al rescate, resucitando el Ministerio de Vivienda. Y los precios siguen subiendo. Si Trujillo inventó las inefables Kelly Finders, Rodríguez ha creado una comisión para acabar con los pisos turísticos. Los demonizarán, sembrarán la cizaña en portales y plazas, pero no hay que ser muy espabilado para darse cuenta de que los alquileres volverán a encarecerse.

Es un problema de oferta. Para que un propietario se decida a arrendar su vivienda vacía necesita que el precio esté en mercado. Si no le permiten subirlo en la medida en la que lo hace el coste de la vida, es decir, la inflación, no le compensa. Si le ahogan a impuestos y le torturan con burocracia y, para colmo, le insultan, le disuaden. Si le demuestran que, en el caso de que se tope con okupas, no sólo no restituirán con apremio su derecho a la propiedad, sino que tendrá que observar cómo se deteriora con total impunidad su patrimonio y, además, tendrá que pagar las facturas de luz, agua y gas a los sinvergüenzas que le están robando, preferirá mantener la casa vacía.

Es un problema de demanda. Los costes laborales han subido, pero se lo ha llevado la Seguridad Social. De media, la inflación se ha elevado el doble de lo que lo han hecho los salarios. Pero ahí estaba Hacienda para rebañarlo. Ni un solo euro de los ingresados de más en las arcas públicas se ha destinado a construir vivienda social. Nada ha vuelto a decir Pedro Sánchez de los millones de pisos que prometió hace un año.

La política tiene efectos sobre la vida de la gente, la evolución del mercado de la vivienda es buena prueba de ello. El populismo barato que, con buena o mala fe, promete soluciones fáciles, cuando no imposibles, no sólo no resuelve los problemas, sino que crea otros más graves. Los pisos seguirán encareciéndose porque las casas no caen del cielo de la noche a la mañana y porque los que deben resolver el entuerto no saben hacerlo. O las anteojeras ideológicas que les inducen a estrangular el mercado, en vez de regularlo, se lo impiden. Sin embargo, esta vez nadie se encadenará a la puerta del portal de Ada Colau, como ella hacía allá por 2008, reclamándole un derecho constitucional que con sus nefastas decisiones ha contribuido a cercenar.

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