Haciendo el pánfilo con el coche eléctrico
Mientras Europa lo promocionaba por su fe climática, los chinos se hacían con el cuasi monopolio de las materias primas que se necesitan para producirlo
Los malos políticos hacen tuits fogosos. Los grandes políticos –¿queda alguno en Occidente?– son estadistas que piensan a largo plazo y trazan planes de futuro, de esos que tanto aburren a parte del respetable público, que prefiere la emocionante bravata populista/nacionalista.
A los políticos del Partido Comunista Chino, deplorables por otros motivos, hay que reconocerles que han sabido pensar con paciencia e inteligencia estratégica, a diferencia de nuestra UE de figurines sin sustancia. En el caso del coche eléctrico han dado un recital de astucia, frente a un Occidente que ha hecho el pánfilo, hasta el extremo de que ahora recurre a la cirugía de emergencia de los aranceles, que históricamente jamás ha funcionado, porque el mercado es una fuerza imparable.
A finales del siglo XX, el acomodado Occidente tomó un camino para seguir viviendo bien que en realidad suponía una trampa que acabaría comprometiendo su futuro. Para tener mano de obra barata se recurrió a riadas inmensas de inmigrantes, sin prever los problemas de adaptación, que llevaron incluso a dantescos atentados yihadistas cometidos por terroristas nacidos ya en Europa. Para consumir barato se recurrió a China, que pasó a ser «la fábrica del mundo». Las grandes multinacionales de Europa y Estados Unidos trasladaron su producción allí, pues los costes se desplomaban al no existir las exigencias de dignidad laboral de nuestros países. Los chinos dieron la bienvenida a nuestras empresas con una sonrisa tan cordial como taimada y aprovecharon la circunstancia para ir apropiándose con descaro de nuestros secretos industriales. Pueblo inteligente, el próximo paso era evidente: ellos mismos pasarían a situarse en la punta de lanza con sus propias marcas (ahí están los triunfales móviles y coches chinos).
Occidente se desindustrializó casi por completo. Hasta el extremo de que cuando llegó una pandemia resultó que éramos incapaces de fabricar algo tan básico y pueril como una mascarilla sanitaria. Por último, la crisis de deuda del 2008 se arregló con un parche alocado: contrayendo todavía muchísima más deuda (las colosales inyecciones de los bancos centrales y los subsidios masivos, como los fondos europeos por la Covid, que algún día habrá que pagar).
Occidente de cualquier modo conservaba algunas ventajas. Tecnológicamente todavía iba por delante de China, como muestra su liderazgo en la fabricación de aviones comerciales, en inteligencia artificial, en tecnología médica o en la propia investigación clínica (las únicas vacunas que funcionaron ante la Covid fueron las occidentales, mostrando el retraso de China y Rusia con sus placebos). A los chinos todavía se les resistían algunos productos sofisticados. Por ejemplo, eran incapaces de fabricar buenos coches de motor de combustión. Y aquí es donde aparece el gran tiro en el pie europeo. Con un entrañable buenismo, la UE se erige en vanguardia de la causa verde (castigando nuestros bolsillos mientras China, Rusia e India siguen contaminando a saco). Y el coche eléctrico se convierte en la gran enseña de la seudo religió climática.
Los sagaces chinos se dan cuenta de que el coche eléctrico es bastante más sencillo que el de combustión, por lo que está perfectamente al alcance de sus fábricas y marcas. ¿Y qué hacen? Pues como siempre piensan a largo plazo y con una hábil política de seducción neocolonial se van haciendo con el grueso de las materias primas que se necesitan para fabricar el famoso coche eléctrico. El periodista económico Ed Conway ofrecía los datos en The Times y resultan apabullantes: China controla el 83% de la producción mundial de las baterías, el 84% del mercado de los componentes químicos que necesitan sus tubos catódicos y el 92% del grafito que requieren. De propina, la OCDE calcula que los subsidios y ventajas fiscales del Gobierno chino a su coche eléctrico son nueve veces mayores que los del mundo desarrollado. Si añadimos el abismo salarial tenemos ya la foto de la tormenta perfecta. Resumido con una metáfora: la UE se ha lanzado a vender jamón sin preocuparse por la primera exigencia: tener cerdos y pienso para alimentarlos.
En el Reino Unido uno de cada cinco coches que se venden son ya chinos. Las antiguas marcas británicas son historia, con sus plantas de ensamblaje convertidas en arqueología industrial. Cuentan que la primera vez que el presidente Aznar visitó a Bush, un asesor del mandatario estadounidense le preguntó previamente: «¿Cuál es la primera exportación de España? «Cars», respondió Aznar. Su inglés era todavía incipiente y el asesor le repitió la pregunta, pensando que no le había entendido. «Cars», repitió lacónico Aznar. Y así es. Pero, ¿por cuánto tiempo?
Mientras nuestro futuro se juega en historias tan aburridas como la que acabamos de contar, por aquí estamos en vilo porque el PP ha aceptado que 370 menores no acompañados que están mal alojados en Canarias se repartan por la Península.
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