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26 de agosto de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

España, soberbio país rehén de Sánchez y el separatismo

La ola de orgullo por España ante los triunfos de Alcaraz y la selección hace aún más lacerante la situación política que sufrimos por la traición de la izquierda

Actualizada 16:56

El 11 de julio de 2010 tuve la suerte de encontrarme entre las 84.490 almas que ponían el cartel de «no hay entradas» en el flamante estadio Soccer City de Johannesburgo, una virguería de alto diseño levantada sobre un secarral. La noche corría fría, hasta el extremo de que a un crepuscular Nelson Mandela lo sacaron al palco tocado con gorro ruso de piel y mantita sobre las piernas. Pero para los españoles resultó la más cálida de las veladas, porque aquel día tocamos por fin el cielo total del fútbol.

La alegría ante el gol de Iniesta se desbordó de tal manera que ni siquiera recuerdo bien el instante, más allá de un porrón de abrazos aturullados con mis compañeros enviados especiales, Rubén y Xurxo. Los futbolistas españoles también lo festejaron por todo lo alto, lógicamente. Sin embargo, aquella noche, y especialmente tras los fastos de los campeones en Madrid, me guardé en mi interior la secreta sensación de que allí había faltado algo, una pizca de mayor aprecio por España, que a fin de cuentas era el país que había ganado el Mundial.

Por entonces las televisiones utilizaban constantemente el eufemismo tontolaba de «La Roja», que les sonaba más moderno y «progresista» que decir España, o pronunciar el apellido «española». Nuestros jugadores celebraron su Mundial sobre la cancha sudafricana con más banderas autonómicas que nacionales. Ya en los fastos de Madrid, resultaba evidente que los inefables Xavi y Piqué, por entonces con galones en el vestuario de la selección, se echaban sutilmente atrás cuando en lo alto del autobús de la fiesta, o más tarde en el palco, la jarana se ponía demasiado española.

Todo esto lo he mantenido semi olvidado durante catorce años, como guardado en el subconsciente de lo que pudo ser real o no. Pero el recuerdo se me ha avivado y mi apreciación se ha tornado certera ante la celebración de esta Eurocopa de 2024, donde por fin hemos visto como se desplegaba un elemental patriotismo. Los campeones han mostrado su aprecio natural por España, su país, explicitándolo incluso a veces a voz en grito. Ha sido un homenaje sin melindres a un país maravilloso y su gente. El capitán, el madrileño Morata, y el campechano entrenador, el riojano De la Fuente, hablaron directamente de «el mejor país del mundo». Y tal vez lo sea. Al menos en alegría, calidad de vida y gusto por vivirla sí lo es (o se encuentra en el podio).

Los comentarios paletos y despectivos de los políticos separatistas tras la sensacional victoria frente a los inventores del fútbol, los ingleses, suponen una prueba irrefutable del alcance sentimental que ha tenido la victoria en todos los lugares de España. ¿Qué ha ocurrido aquí? Pues simplemente que la España real que está ahí fuera, la del aprecio espontáneo por lo que somos, se sacudió la empanada y la presión de los nacionalismos disgregadores y se mostró tal cual es. Por eso la fiesta retumbó en todos los lugares de España (hasta el extremo de que los sismógrafos del Centro Superior de Investigaciones Científicas han recogido cómo temblaron Barcelona y Madrid tras el gol de Oyarzábal, un vasco, y por lo tanto, un español de pura cepa).

La situación de España es tristísima. «El mejor país del mundo» del que hablan nuestros campeones es en política rehén de sus peores enemigos, por la felonía imperdonable de la izquierda española, y más en concreto, del PSOE. La España que vibra con la Eurocopa, la España de todos, la suya y la mía, está en la práctica sometida a los designios de fanáticos de talante xenófobo y políticos golpistas que la odian. Increíblemente todo sucede por el supremo egoísmo de un oportunista sin escrúpulos: Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que para llegar a la presidencia sin ganar las elecciones ha tejido una alianza con los más fieros enemigos del país que gobierna.

¿Cómo le va a sonreír Dani Carvajal a Sánchez? ¿Cómo van a estar cómodos los jugadores españoles con el presidente de la «nación de naciones plurinacional»? ¿Cómo va a mirar con respeto cualquier español que quiera mínimamente a su país a un tipo que nos ha convertido en rehenes de Otegui, Ortúzar, Puigdemont y Junqueras?

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