Publio y la maldad humana
El de Publio Cordón fue un secuestro sin fin. El de Eduardo Puyana sí tuvo fin. Trágico, brutal, pero un fin. Para la familia de un secuestrado probablemente es menos malo saber que el ser querido está muerto, que mantener eternamente la duda
Si no lo han hecho todavía, les recomiendo de todo corazón que vean la serie «Publio: el secuestro sin fin» que está disponible en la plataforma Max. Creo que, como a mí, les hará reflexionar sobre la maldad humana y el sufrimiento sin fin de una familia que nunca ha podido recuperar el cuerpo del padre o marido.
Viendo la serie pensaba lo que me impresionó en su día cuando Andrés Pastrana me contó que, tras un secuestro, afortunadamente recuperaron el cadáver de su suegro, Eduardo Puyana. Puyana era un empresario colombiano que fue capturado el 9 de abril de 1991 en Bogotá y su cuerpo fue encontrado casi exactamente dos años después del secuestro, el 1 de abril de 1993. El cuerpo de Puyana estaba sepultado en una finca en Caldas, al suroeste del país. Había muerto de un disparo de pistola en el parietal derecho aproximadamente un año antes. Esto es relevante porque durante todo ese tiempo la familia no tuvo noticias y no sabían si Puyana seguía secuestrado. El de Publio Cordón fue un secuestro sin fin. El de Eduardo Puyana sí tuvo fin. Trágico, brutal, pero un fin. Para la familia de un secuestrado probablemente es menos malo saber que el ser querido está muerto, que mantener eternamente la duda.
En el caso de Cordón el documental –admirablemente producido por Jordi Évole, todo hay que decirlo– deja claro que la familia asume que está muerto. El grupo terrorista que lo secuestró, el Grapo, está desarticulado hace tiempo y todo parece indicar que Cordón pudo morir al saltar por la ventana de la casa en la que estaba secuestrado para intentar huir de sus secuestradores. Entre las conclusiones de la Policía está el que es probable que Cordón muriera apenas días antes de que la familia pagase los 400 millones de pesetas que entregó al Grapo en París. Y lo que es más espeluznante, el Grapo se dedicó a ensuciar el nombre del muerto insinuando en medios de comunicación que se podía haber fugado a América abandonando a su familia. Y encima diciendo que Cordón tenía un compromiso con el Grapo de pagar otros 500 millones de pesetas cuando estuviera en libertad. Tuvieron los bemoles de reclamar esa cantidad a a su mujer y a sus hijas.
Como confiesa la familia en la serie, con la llegada al Ministerio del Interior de Jaime Mayor Oreja y de Ricardo Martí Fluxá a la secretaría de Estado de Seguridad la familia empezó a sentirse mejor tratada por las autoridades. Es espeluznante el relato de la reunión que organizó Mayor Oreja con representantes del CESID, de la Guardia Civil y de la Policía Nacional. Hasta entonces la investigación había correspondido exclusivamente a la Policía Nacional. Aún así, el CESID aportó siete gruesos volúmenes con información. La Guardia civil algo parecido. El representante de la Policía Nacional aportó una carpetita con apenas unos pocos folios. Eso era lo que se había hecho oficialmente. Prácticamente nada.
Es difícil hacerse una idea de las heridas que deja en una familia un secuestro. Yo tengo alguna idea porque mi suegro, Diego Prado Colón de Carvajal, a quien yo no llegué a conocer, fue secuestrado por ETA en 1983 y estuvo en cautiverio 72 días. Hasta entonces el secuestro más largo. Los secuestros dejan una señal indeleble tanto en la víctima de rapto como en todo su entorno familiar. Por eso debo decir que es admirable cómo la familia Cordón ha sido capaz de contar su historia. Porque una persona sólo muere de verdad cuando se le olvida.