El relajo
La inmensa mayoría de extranjeros, legales o ilegales, no son delincuentes. Lo que sucede es que los inmigrantes presentan un índice de criminalidad desproporcionadamente grande
La autocracia confía en el verano, ese relajo. Chiringuito, sudor, cerveza y, encima, Juegos Olímpicos. Difundidas han quedado las cuatro consignas para tertulianos sin vacaciones, intermediarios de guardia entre la gente (no confundir con el pueblo) y el poder. Pían con convicción y se agostan en estos días flojos ante las sustitutas, que suelen ser amigas de mucha confianza de las titulares. Ojo con las amigas, hijas mías. ¿Acaso no habéis visto Eva al desnudo? Mankiewicz no creía en la sororidad. ¿Os acompaña el recelo, consciente o inconsciente, sobre la tumbona de cinco estrellas, bajo el cielo estrellado del hemisferio sur? ¿Os preguntáis qué estarán diciéndose tras el «estamos fuera»? ¡Yo sí que estoy fuera! –protestaréis–. Vacaciones tales no son vacaciones. Vivís en un sinvivir porque en la tele nadie tiene asegurada la semana que viene, salvo Iker Jiménez, que nunca perderá su programa porque no es de este mundo y porque cuenta cosas interesantes, y las cuenta bien, sin trabarse, con pasión. No como vosotras (aclaro que estoy usando, en un momento de debilidad inclusiva, el femenino genérico, tipo «Unidas Podemos» en un cartel con cinco tíos).
El régimen, por la parte poderosa, por la parte que mueve el presupuesto, por la parte de llevárselo crudo, sí que está relajado. Espera neutralizar las acciones judiciales y a la prensa seria (la que vigila al poder) con la machacona cantinela del lawfare y la máquina de fango, el lawfare y la máquina de fango. Después de su naturaleza criminal y de su convicción de impunidad, la repetición estomagante de consignas idiotas es lo más lamentable de los socialistas. Los comunistas al menos te despiertan con barbaridades chavistas de la siesta infinita, que trasciende el verano y se mete hasta las vacaciones de Navidad, pasando por el megapuente de la Inmaculada y la Constitución. El devenir de España podría estudiarse como una sucesión de holganzas. Los curritos curran, como siempre en verano, solo que, sesenta años después del boom turístico, los que aceptan ser camareros en terrazas frenéticas son inmigrantes con más necesidad y ganas que los locales, lo cual reduce los salarios. A los inmigrantes les añades Cataluña y ya tienes los dos asuntos que sustitutos y piantes deben zanjar como sea.
Deja que te cuente, mercenario. La inmensa mayoría de extranjeros, legales o ilegales, no son delincuentes. Lo que sucede (para entender esto hay que hacer un esfuerzo de atención no exigible a menores de siete años ni a socialistas) es que los inmigrantes presentan un índice de criminalidad desproporcionadamente grande. El progre de siempre (un woke no puede porque está muy ofendido y se nubla) dirá que lo decisivo aquí es la renta. Lo cual es razonable en la desproporción relativa a los delitos contra la propiedad. Pero resulta que con los delitos contra la libertad sexual pasa lo mismo, y cada día vemos casos «puntuales» de agresiones sexuales a mujeres, ese género que la nueva izquierda retrógrada está borrando. Consúltense las acepciones de «relajo»