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El astrolabioBieito Rubido

La otra cara de España: retorno a Melgar

La mal llamada España vaciada es producto de una visión excesivamente materialista de la vida y la consecuencia de la ausencia de talento político

Actualizada 01:30

El precipicio de la mal llamada España vaciada, es decir, esos lugares que se quedan en soledad, es más producto de una visión excesivamente materialista de la vida y la consecuencia de la ausencia de talento político, que una situación que no se pueda resolver y darle la vuelta. En ocasiones los políticos configuran el trozo de mundo que gobiernan, adaptándolo a su locura. Los ciudadanos lo sufrimos y la mayoría calla. Es lo que ocurre ahora mismo en nuestro país. Somos muchos los que no encontramos nuestro sitio en este desorden. Por eso reconforta encontrarse con otra de las muchas realidades que todavía alberga España. El jueves pasado acudí, invitado por un buen amigo, a Melgar de Arriba, en la austera y evocadora Tierra de Campos vallisoletana, cerca de León y Palencia, al lado del camino de Santiago que pasa por Sahagún, donde todos los días aún se puede acudir a la misa del peregrino.

Allí me encontré con la esperanzadora realidad de un pequeñísimo pueblo, de apenas algo más de cien habitantes. Puede considerarse, efectivamente, un buen ejemplo de esa tierra española que quiere reinventarse. Todavía es posible vivir bien en lugares como Melgar, no solo en verano. Su alcalde, José Andrés Moro, es toda una muestra de voluntad y determinación y muy especialmente de servicio. Predica con el ejemplo. Ha logrado además que sus concejales sean profesionales, con titulación universitaria, que han apostado por volver, como Sergio y Javier, quienes han regresado a sus raíces y ponen en valor las tierras que surcaron con arados sus antepasados. Falta voluntad e imaginación para repoblar esa España deshabitada, pero hay síntomas esperanzadores. Faltan políticos como Isaías García Monge, que lo fue todo en Castilla y León, y que propuso crear el incentivo rural para que los profesionales se asienten en estas tierras. Incentivos fiscales para las industrias, incentivos culturales y de ocio para los jóvenes…

Algo, de todos modos, está ocurriendo. La ciudad se ha vuelto en ocasiones una gran contradicción. Nació para resolver los problemas del ser humano y se los ha agudizado. En mi pueblo, en la costa norte de Galicia, se han asentado en los últimos tiempos muchos profesionales que han encontrado otro ángulo en la vida. El teletrabajo, las nuevas tecnologías, la carestía de la vivienda, la confortabilidad y calidad de vida comienzan a actuar de reclamo. Hay una vuelta al pueblo y no es el espejismo del amable del verano.

Esos más de cien habitantes de Melgar contribuyen a que en nuestra despensa nunca falte leche, queso, lentejas o pan. Nada más y nada menos. Lo hacen ya desde una óptica moderna de la agricultura. Allí no hay paro, como en casi ningún lugar de esa España a la que solo miramos cuando la necesitamos. Pero es una sociedad real, un trozo de nuestra nación que nos puede salvar por su autenticidad. Algo se está moviendo para bien y la angustia de esa nada que algunos políticos nos querían presentar se puede tornar en algo luminoso, siempre y cuando sea cierto que hay mucha gente queriendo volver a su Melgar particular, a su raíz.

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