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Post-itJorge Sanz Casillas

El Lamborghini del fraudillo

Hay que tener cara para hablar de fiscalidad mientras tu hermano, que está podrido de pasta, tributa en Portugal lo que le pagamos entre todos los españoles

Actualizada 01:30

Uno de los muchos problemas que afectan a España, si no el principal, es que se ha invertido la presunción de decencia (quizá también la de inocencia, pero ese es otro tema). De un tiempo a esta parte, son los delincuentes los que reparten carnés de demócrata y los que escriben las leyes de nuestro país. Hoy Puigdemont y ERC nos aleccionan a los que no tenemos ni una multa de tráfico y hoy Gonzalo Boye (que secuestró en nombre de la ETA) es uno de los impulsores y redactores de la ley de amnistía. Esta es la charca en la que nos movemos.

En ese clima de inmoralidad es donde Sánchez ha levantado el búnker desde el que defiende las cenizas de su precaria mayoría. Tras un verano callado sobre los manejos de su amigo Ábalos, tras un verano en silencio sobre los arreglos fiscales de su hermano y tras un verano donde no ha dicho nada sobre Puigdemont, Venezuela o los trenes que se paran, su primera invectiva de la temporada ha sido para los que tienen un Lamborghini en el garaje, una marca de coches que no vende más de tres ejemplares al año en España. Fue el típico mensaje polarizante de Sánchez, una destreza en la que es cinturón negro, como cuando dijo que todos aquellos que no queríamos llevar Zorra a Eurovisión éramos partidarios de presentar el Cara al sol. Da igual que sea verdad o mentira, el caso es cavar trinchera entre los ricos y los pobres, entre los míos y los fachas.

Hay que estar muy desesperado, o ser muy populista, para anunciar como eje del curso que empieza una subida de impuestos a los ricos. Una subida de impuestos que va a trillar lo poco que queda de clase media en España, pues gravando los sueldos de más de 56.000 euros brutos no cazas ricos, sino gente a la que la vida le trata moderadamente bien. Los ricos son otra cosa, y tu obligación como presidente debería ser que cada vez más personas cobrasen ese dinero, pero entiendo que es mucho más fácil penalizar la prosperidad que generarla.

Así que nos metemos en septiembre amenazados por la debilidad de un hombre que critica los coches caros mientras moviliza el Falcon para volar de Coruña a Santiago, un trayecto que en Seat Ibiza (no digo ya un Lamborghini) se hace en 45 minutos y sin correr. A eso me refería con la presunción de decencia: que hay que tener cuajo para criticar a los ricos mientras vives como una Kardashian. Y hace falta tener cara para hablar de fiscalidad mientras tu hermano, que está podrido de pasta, tributa en Portugal lo que le pagamos entre todos los españoles.

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