El diablo nació en Europa
Lo que hay en el fútbol español no es racismo, sino minoritaria pésima educación
Las palabras de Vinicius sobre el racismo en España no merecen por sí solas comentario. Son propias de un niño mimado que no debería ignorar que los mismos que insultan a jugadores negros de un equipo contrario idolatran a los suyos, y que si él pasara a jugar en otro equipo sería idolatrado por los que ahora lo denigran. Racismo sería, por ejemplo, que un equipo se negara a tener jugadores negros en sus filas. Lo que hay en el fútbol español no es racismo, sino minoritaria pésima educación.
El antirracismo forma parte del conglomerado ideológico del nuevo comunismo, junto al ecologismo extraviado, el feminismo radical, la ideología de género y otras obcecaciones. Todo ello deriva del odio a Occidente, la patria del mal. Es una especie de rebelión contra uno mismo. El infierno somos nosotros. En realidad, el progresismo es radicalmente pesimista. Piensa que todo está mal, que nada puede ser salvado, que hay que destruirlo todo y comenzar de nuevo. De ahí procede el espíritu revolucionario y la violencia política y social. Como el diablo, el revolucionario es el espíritu negador. Por supuesto el racismo es una creación europea exportada al resto del mundo. Es una pura patraña, pero toda mentira es buena si sirve a la causa. Es cierto que ha habido racismo en Europa, pero también en todas partes. Y lo sigue habiendo. Pero solo uno es relevante: el del blanco hacia el negro. Decretan la bondad natural del salvaje y la innata maldad del hombre blanco. Poco importa que la lucha contra el racismo haya sido en gran parte obra europea. La esclavitud no nació en Europa ni era en su origen expresión de ninguna actitud racista. Se comenzó matando a los vencidos en la guerra y más tarde se los sometió a esclavitud. Y tampoco es propiamente racismo el antisemitismo, entre otras razones porque los judíos no son una raza.
Ciertamente ha sido una gran vergüenza la persistencia del racismo en algunos Estados de la Unión hasta hace muy pocas décadas, y admirable la resistencia pacífica de líderes negros como Martin Luther King. Pero es menester recordar que en su lucha apelaba a las propias convicciones de la mayoría de los estadounidenses y a la Constitución americana. Es decir, a la falta de respeto a los principios y valores occidentales y no a sus usos y costumbres. Para colmo, era cristiano.
Quizá lo que más incomode a los progresistas sea saber, si es que lo saben, que nada ha contribuido tanto a la erradicación del racismo como el cristianismo (y el judaísmo). Dios ha creado a los hombres, a todos ellos, a su imagen y semejanza. En este sentido, son iguales y poseen una suprema dignidad y están llamados a una vida inmortal. Y quizá les irrite aún más saber que sus extravagancias ideológicas proceden de ideas cristianas enloquecidas. En el fondo, son cristianos que han enfermado y se han convertido en maníacos. Esta idea de la maldad absoluta del mundo no puede ser cristiana, porque «Dios vio que era bueno». Pero la existencia de Satán y el avance del mal fueron conduciendo a la idea de que el mundo estaba irremediablemente podrido y que había que luchar contra el mal. Como ha expuesto Michael Walzer, el calvinismo fue la principal expresión de estas ideas y el origen del pensamiento político radical moderno. Hay que salvar al mundo, pero naturalmente sin contar con él. Los «santos» tienen que luchar contra Satán, recurriendo a la violencia y a la guerra, no solo defensiva. De aquí al terror hay un paso que, naturalmente, se dio. La izquierda radical es un calvinismo sin Dios. Los nuevos «santos» ateos luchan contra Satán. En su infinita clarividencia saben que el diablo nació en Europa y, por ello, Occidente debe ser destruido.