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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Padre, antes que todo

Cuando su rostro, acompañado de esa manera de hablar tan peculiar se popularizó en TVE, no le acompañó mi simpatía. Le dediqué más de un comentario mordaz y de mal gusto en una tertulia de «Protagonistas». Al cabo de los años tuve que tragarme mi frivolidad

Actualizada 01:30

Andrés Aberasturi tenía un hijo llamado Cristóbal. Y otro, que lleva su nombre. Cristóbal no disfrutó plenamente de la formidable cultura, saber estar y bonhomía de su padre. Pero sí de su infinito amor. Su hijo apenas tenía luz en sus ojos y mensajes en sus manos. Pero Andrés se emocionaba cada vez que nos hablaba de su maravillosa y milagrosa relación con Cristóbal. De las carcajadas de ese niño que nunca dejó de serlo cuando adivinaba o sentía la proximidad abierta de su padre. Nació Cristóbal con una parálisis cerebral, y todo lo que Andrés hacía, trabajaba y ganaba para su casa, lo destinaba al cuidado de su hijo y a mejorar, dentro de lo casi imposible, su calidad de vida. Padre, antes de todo y de nada.

Cuando su rostro, acompañado de esa manera de hablar tan peculiar se popularizó en TVE, no le acompañó mi simpatía. Le dediqué más de un comentario mordaz y de mal gusto en una tertulia de «Protagonistas». Al cabo de los años tuve que tragarme mi frivolidad. Trabajamos juntos, diariamente, en el programa de Ernesto Sáenz de Buruaga en la COPE, y nos convertimos en grandes amigos. Comentábamos las cosas de la vida, la política y las costumbres, y pasamos un año, una temporada formidable, con Ernesto y Luis del Val. En el último tramo del espacio, que se dedicaba al fútbol, intervenía un tipo muy divertido, Petón, colchonero y entendido, y honesto con sus fantasmas. Se declaraba antimadridista, y lo pasábamos muy bien discutiendo. Pero ni Andrés ni yo éramos del gusto del extraño inquisidor de la COPE, un señor gris marengo y con toda seguridad, un valioso ejecutivo y administrador de los dineros y las opiniones, y nos puso de patitas en la calle. «Que me ha dicho Barriocanal que anteayer os pasasteis en vuestros comentarios del obispo Uriarte», nos dijo Ernesto, que estaba plenamente de acuerdo con nosotros. El obispo había hecho unas declaraciones en las que imperaba la equidistancia entre los etarras y sus víctimas, muy habituales en aquellos tiempos. Terminada la temporada, cada mochuelo se fue a su olivo y la COPE perdió la inteligencia, gracia y valentía de Andrés.

Para Andrés, el mundo rodeaba con cadencia coperniquiana, a su hijo Cristóbal. Le sucedía lo que a muchos padres de niños con síndrome de Down. Que nada ni nadie puede superar en sus sentimientos a un hijo diferente. A muchos padres de hijos con trisomía. El síndrome de sus hijos les hace mejores, y en las familias se convierten en imprescindibles, por sus salidas, su humor, su vocación involuntaria de no dejar jamás de ser niños. Andrés Aberasturi tenía dos hijos. Su hijo –que tanto le ayudó–, y su niño, y se ha quedado sin el segundo, aunque sepa que mientras cante Dios bajo su frente, como en la Melancolía del desaparecer de Agustín de Foxá, su niño le estará esperando y amparando desde los valles que superan las nubes.

Pero estoy seguro de que se sentirá roto, quebrado, alcanzado por el rayo de la tristeza infinita. Y yo, que pierdo los números de los móviles, que tengo un «Nokia» desde hace veinte años, y lógicamente, es un «Nokia» que ha perdido la memoria, quiero decirle a mi amigo Andrés, desde mi página en El Debate, que voy de su mano en la tristeza, que rezo para que vuelva a sentir la esperanza, que su niño está mejor donde está que donde estaba a pesar del amor de sus padres y su hermano, y que si, en alguna ocasión se deja caer por el norte de España, me encantaría darle el más fuerte y herido de mis abrazos, garantizándole que no estará presente el inquisidor.

No eres una víctima, Andrés. Eres un afortunado. Pero tienes mucho que ver, con tu bondad, tu generosidad, tu cariño y tu amor por Cristóbal, mucho que ver con tu fortuna.

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