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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Mentiras absolutas

La pretensión de Cristo no es que enseña la verdad a los hombres, sino que Él mismo es la verdad

Actualizada 01:30

El hombre no puede vivir sin la verdad. O la posee (o así lo cree) o debe buscarla. El filósofo aún menos. No hay filosofía posible sin verdad, y sin una verdad absoluta. La verdad puede entenderse de varias maneras, entre otras, como la adecuación del pensamiento a la cosa, como coincidencia del hombre consigo mismo y como desvelamiento de la realidad. Pero no hay filosofía que niegue la posibilidad de la verdad absoluta. Sí la de su conocimiento auténtico, pero entonces la verdad absoluta consiste en la negación del conocimiento de la verdad, de una verdad que la hay pero que el hombre no puede conocer.

Hay verdades científicas, filosóficas y religiosas. Las tres lo son de manera distinta. El acceso a las verdades científicas no es a través de la mera razón ni de la experiencia sensible. Pero eso no quiere decir que sean irracionales. Los fundadores de religiones suelen presentarse como personas que han recibido una revelación del misterio y que lo comunican a los hombres. Ellos han conocido la verdad y la transmiten. Solo hay una religión que afirma algo completamente diferente. La pretensión de Cristo no es que enseña la verdad a los hombres, sino que Él mismo es la verdad. Esto es profundamente extraño. Un hombre que afirma ser la verdad, que dice que es hijo de Dios, incluso que es Dios. Constituye un reto, un desafío al que hay que responder. Y esa respuesta no puede depender de la coherencia del mensaje ni de su grandeza moral. La alternativa, ya lo supo Pascal, es esta: o dice la verdad y es Dios y el cristianismo la única vedad que salva al hombre. O es falso y entonces Cristo es un farsante o un loco, por sublime que sea su enseñanza. Pero nada de esto tiene que ver con el absurdo y la racionalidad. La respuesta positiva no es evidente, pero tampoco irracional.

Las doctrinas escépticas, relativistas y nihilistas no niegan la verdad, sino que ellas mismas pretenden expresarla. Constituyen errores, pero no son los principales enemigos de la verdad. El peor de todos es la mentira. Si hay verdades absolutas, también existen mentiras absolutas. Padecemos el descrédito (no total ni absoluto) de la verdad, y la fascinación (tampoco total) de la mentira. La mentira finge. No se presenta como lo que es, sino que intenta suplantar a la verdad. Y no deja de avanzar en nuestro tiempo, aunque es segura su derrota final.

En este sentido, con ser un error filosófico que produce perniciosas consecuencias intelectuales y morales, el relativismo no es el principal enemigo de la verdad. Al considerar que toda verdad es relativa, necesariamente han de serlo también los errores y falsedades. No afirmo que no se trate de un obstáculo para la verdad, pero erraríamos si consideráramos que es el principal. Un ejemplo. Consideremos que el aborto voluntario, como yo pienso, constituye un grave error moral y un atentado contra el derecho a la vida, es decir, que no se sostiene ni moral ni jurídicamente. El relativista replicará que esto me lo parece a mí, pero que no es verdad o, si acaso, una verdad relativa. Pero si no se trata de un relativismo meramente táctico, tendrá que reconocer que la tesis opuesta ha de ser igualmente relativa. Además, el considerar que el aborto es un derecho de las mujeres no es una tesis relativista, sino que pretende expresar una verdad jurídica y moral. Por lo tanto, quien así hable no puede calificarse como relativista, sino si acaso como un absolutista del error. En este caso, lo malo del relativismo es que considerará que, dado que no hay verdad moral, dejemos a cada cual que tome sus propias decisiones. Si el relativista equidista entre el bien y el mal, entonces favorecerá necesariamente a este último. El enemigo de la verdad es la falsedad, y el del bien el mal. El enemigo intelectual y moral no es tanto el relativismo como la mentira.

Al final, la mentira es propia de ambiciosos y cobardes. Y de enfermos de ideología. Jean-Paul Sartre se negó a reconocer los crímenes de Stalin porque consideraba más importante el proteger de la desesperación a un distrito de la clase obrera francesa.

Defender la verdad es uno de los objetivos fundacionales de NEOS, que acaba de celebrar, junto a CEU-CEFAS, un congreso en Madrid. Y hay que defenderla más aún de quienes niegan las verdades absolutas de quienes defienden las mentiras absolutas.

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