Sánchez sí pacta con los fachas
Se le acaba el chollo del 'francomodín', pero da una lección que la derecha quizá aprenda un año de éstos
Pedro Sánchez debería ser como Rafa Nadal, pero se comporta como El Pingüino, el malo de Gotham. Ahora se ha empeñado en colocar en Europa a Teresa Ribera, que algún día debería rendir cuentas ante un juez por su escandalosa desaparición de la DANA, solo empeorada por la de su jefe: el uno estaba en la India de cena con Begoña, la otra en París, y ambos en una inopia especialmente infame.
Porque tiene bemoles que dos apologetas del cambio climático, tan radicales como los negacionistas pero en el otro extremo, se diluyan cuando tienen ocasión de poner en práctica sus políticas y delirios y luego, tras el desastre, lo usen para reforzar la tesis que despreciaron: la DANA es una catástrofe nacional para irse a pontificar a Azerbaiyán, Brasil o Bruselas; pero es un asunto doméstico valenciano para gestionarlo.
La incompetencia dolosa del Gobierno, que debería acabar en los tribunales con un juicio implacable por su omisión ilegal sostenida durante un mes, solo es superada por la explotación espuria posterior del drama, para justificar una agenda internacional, un discurso apocalíptico y, obviamente, un infierno fiscal en nombre de la preservación del planeta.
Y así llegamos a Teresa Ribera, que además de hacer dejación de sus funciones desde el Ministerio de Transformación Social Competitiva, hermanado sentimentalmente con la cátedra de nuestra Jackie Kennedy de extrarradio, pretende presentarse como garantía de defensa europea de todo aquello en lo que aquí falló.
Cabe preguntarse a qué se debe el empeño sanchista en que sea ella, precisamente ella, la promovida en Europa. Y si la verdadera razón es más su condición de lobista que de política ecológica, inclusiva y por supuesto necia.
Pero algo debe irle a Sánchez en la partida para que, además de empeñarse en una negligente con pesadas sombras de incompatibilidad con el cargo europeo por, al menos, la dedicación de su marido a parecidos cometidos en España, cruce la línea roja de entenderse con la «ultraderecha».
El salvaje asalto al poder de Sánchez se ha sustentado en la estrategia de blanquear sus nefandos pactos con golpistas, prófugos y terroristas en la necesidad de frenar, a cualquier precio, la amenaza fascista encarnada por PP y VOX. Y su proyección internacional ha encontrado en su pelea contra la «Internacional Ultraderechista» el principal, si no único, argumento.
Pues bien, ahora quiere pactar con Urban y con Meloni, que era y es la política más sugerente de Europa, y lo hará de manera expresa y premeditada por mucho que intente que parezca un accidente, lo que arroja al menos dos moralejas.
La primera, que Sánchez tiene los mismos principios que una hiena devorando el cadáver de un ñu, lo que solo será una sorpresa para los más lentos de la clase. La segunda, que se le ha acabado el chollo del francomodín y que, en adelante, tendrá que guardarse la bífida en la parte final de la espalda cuando alerte de ese fantasma inexistente con el que sin embargo ha pactado para promocionar a una inútil y sectaria como pocas.
Y la tercera, que PP y VOX quizá deban dejar de hacer el bobo y aprender la lección: el mismo tipo que ha hecho lo imposible por boicotear su acuerdos, negarse a fórmulas europeas templadas de gran coalición y perpetuarse a sí mismo por el método de impedir toda alternancia; no tiene escrúpulos en acordar lo que sea con Otegi aquí, con Orban allá y, si fuera necesario, con el mismísimo Jack el Destripador, un gran cirujano si la operación salva a este inmoral sin otro objetivo que su supervivencia.