España prefiere a Notre Dame en cenizas
Un ministro en el circo, un presidente mesiánico y un Rey ausente con todo el mundo en el París cristiano
La agenda del ministro de Cultura, el día de la vibrante inauguración de la catedral de Notre Dame renacida de las cenizas, solo incluía una visita al circo: habrá quien piense, con algún argumento sólido, que Urtasun estaba más en su salsa allí que junto a líderes mundiales de los cinco continentes, y no le faltará razón.
Habrá acudido el chistoso Urtasun a comprobar si el circo también cumple ya los exigentes protocolos puritanos de la Brigada Farenheit 451, el escuadrón gubernamental que no quiere animales en el circo y tal vez solo acepte funambulistas inclusivos y domadores de fascistas, la única bestia tolerada.
Es la misma unidad de élite que va por los museos españoles descolonizándolos al dictado de la leyenda negra, pidiendo disculpas mientras Maduro, Petro o Sheinbaum insultan a España con bastante más crudeza que Milei se acuerda de Begoña Gómez, sin que consten rupturas diplomáticas aún vigentes con Argentina: se puede vejar al Rey, pero ojo con mentar a la poliimputada catedrática de Transformación Tontal Repetitiva.
Nada es casual: esta tropa inició en 2015 su desembarco terráqueo atacando a las procesiones de Semana Santa o convirtiendo la cabalgata de Reyes de Madrid en un desfile del Orgullo o criminalizando el 12 de octubre, Fiesta Nacional, con una vocación nada casual: derribar los símbolos, enfriar las costumbres y cambiar los himnos es uno de los puntales de esa batalla por la «hegemonía cultural» que los teóricos del populismo de extrema izquierda consideran indispensable para reprogramar a una sociedad.
Nadie echó de menos a Ernestito, que es como Yolanda que a su vez es como Iglesias que a su vez es como Chávez, pero con menos gritos, pero España sí se echó de menos a sí misma en una ceremonia simbólica en la que hasta el necio Macron, aquella grata novedad que hoy es un Sánchez con más conocimientos en quesos, tuvo que asumir el origen cristiano de Europa, que nace con esa tradición y se modela con la cultura grecolatina.
Es difícil saber dónde vas si borras la memoria de tu origen, sustentado en el cristianismo como fórmula de hornear un maravilloso proyecto capaz de sintetizar fe, ciencia y derecho, con una separación de funciones cuya inexistencia explica el infierno fundamentalista en Oriente, ahora extendido a Siria en otra «primavera árabe» según los más cursis de Occidente que acabará en otra tiranía de pasamontañas.
Y esa amnesia cultural, histórica y espiritual de cierta izquierda, básicamente española, ayuda a entender el resto de sus desmanes: prefieren a Largo Caballero, la Pasionaria, Lenin o Chávez que a Colón, Santo Tomás, Blas de Lezo, el Cid o a Elcano; y les excitan más la Revolución de Octubre, la Guerra Civil o la Larga Marcha de Mao que el Descubrimiento, la vuelta al mundo o la Reconquista.
Despreciar el valor de Notre Dame, una de las cunas cristianas de Europa que recuerda a todos estos pipiolos su propia existencia, es algo más refinado, pero no muy distinto a lo que hicieron los talibanes con los Budas de Bamiyán, derribados a cabezazos fanáticos.
La pregunta que hay que hacerse, una vez más, es si el Rey no podía haber compensado tanta burricie dejándose ver por París, con permiso o sin él, de un presidente del Gobierno que se cree el Mesías y no admite competencia por el puesto.