Buenismo y pasotismo ante diez mil muertos
Las bellas palabras, o hacer el avestruz como el Gobierno de Sánchez, no sirven de nada ante el enorme problema que tenemos con las pateras
Hay problemas sencillos, complejos y dificilísimos de resolver, que nunca tendrán una solución completa. Controlar la circulación de inmigrantes irregulares en la frontera con mayor desigualdad del planeta, que es la que separa a España de África, pertenece al tercer grupo, al de los desafíos colosales.
Pero si se renuncia a actuar, si nos quedamos en el buenismo de las bellas palabras y los hermosos propósitos; o si nos limitamos a hacer el avestruz, como el Gobierno; entonces garantizamos el horror que estamos viviendo. Diez mil personas han muerto este año intentando llegar a las costas españolas en cayucos y pateras, según el último estudio. El océano convertido en un matadero.
No hacer nada -como es el caso del escapista que disfruta de la nieve en Cerler-, o limitarse a decir que todo el mundo debe ser bienvenido, como hacen la izquierda caviar y algunas almas bienintencionadas, supone plantar sobre España un inmenso logo de «Welcome». La inacción española, que convierte nuestras fronteras en un chollo, se proyecta en todo el mundo y acaba condenando a muerte a miles de personas, que sucumben cada día en las rutas de las mafias.
Una de las bases fundacionales de todo estado es el control de sus fronteras. Y en España son un coladero. Este año han llegado de manera irregular 62.000 inmigrantes, el equivalente a la ciudad de Ferrol. Un exceso que genera problemas evidentes de integración y de saturación de los servicios sociales. En solo dos días, en plena Navidad, acaban de arribar a Canarias 1.650 personas. El día 27 supimos que habían muerto en un naufragio 69 inmigrantes que habían salido de Mali rumbo a España. Pero apenas fue noticia, pues supone una dramática rutina. Ayer detuvieron a cuatro patrones de un cayuco que arribó en El Hierro por asesinar a cuatro pasajeros. ¿Por qué los mataron? Pues simplemente para amedrentar a los viajeros, que se habían comenzado a soliviantar por la dureza de la singladura.
Se da la paradoja de que aquellos que denuncian con ardor a los esclavistas de siglos atrás, al estilo de Urtasun, callan ante estas barbaridades del tiempo presente, como si no existiesen. En las costas de África hay montada una red crudelísima de tráfico de seres humanos y no se ponen medios para desmontarla, o al menos para hacerle frente. Empezando por el paquidermo bruselense, muy ocupado con los tapones de nuestras botellas y los cargadores de los móviles.
La respuesta del Gobierno de Sánchez ante la oleada de inmigración irregular que soporta España consiste en poner a parir a «la derecha y la ultraderecha» por pedir medidas. Y poco más. Demagogia barata para tapar la habitual incompetencia.
Si a usted se le ocurre de repente mudarse a Estados Unidos, Canadá o Australia en busca de una vida mejor no podrá hacerlo sin un permiso de residencia. ¿Una brutalidad? No, se llama civilización. España, con un espantoso problema demográfico debido a una sociedad hedonista que ya no quiere hijos, necesita recibir un flujo controlado de inmigrantes, que serán muy bienvenidos. Pero lo que no se puede aceptar es lo que estamos viendo en Canarias (y en Baleares). Por no hablar del deprimente futuro que espera en España a muchas de esas personas, cuyo sueño europeo acaba luego en el top-manta, pidiendo en las puertas de los supermercados, o en el peor de los casos en la prostitución y el trapicheo.
¿Para qué tenemos una Armada? ¿Solo para que haga maniobras? ¿Para qué tenemos un cuerpo diplomático? ¿No deberían viajar con urgencia a los países de origen, Mauritania, Marruecos, Gambia y Senegal, en busca de acuerdos en serio para controlar las salidas? ¿Para qué tenemos un Ministerio del Interior? Con las debidas excepciones humanitarias, ¿no debería acometer una política clara de deportaciones para ejercer un efecto disuasorio?
Sabemos que pasar de las palabras a la acción es difícil, que aparecerían obstáculos jurídicos y logísticos, y también legítimas y necesarias consideraciones humanitarias. Pero la alternativa que nos ofrecen Sánchez y el buenismo es la peor posible. Consiste en asistir de brazos cruzados a una estela de cadáveres en el Atlántico y en aceptar la llegada de un volumen de personas que no podemos acoger como merecen (ellos y nosotros).