Para una parte de Vox, la culpa de todo es de Núñez Feijóo
Creo que no está demás pensar sobre el papel que podemos tener los que aspiramos a iluminar la opinión pública, haciéndolo siempre desde la mayor modestia. Y que los periódicos también dan a los lectores más voz que nunca.
El comentario que publiqué el pasado viernes en estas páginas «Cuando Vox tiene toda la razón» sobre el asalto de Francina Armengol a los derechos parlamentarios de ese partido, tuvo muchísimos comentarios de los lectores. Casi 150 cuando escribo esto. Lo más abracadabrante fue el que la mayoría de ellos fueran de seguidores de Vox para descalificar mi artículo por haber dicho como conclusión que «La deriva hacia la autocracia que denuncia Núñez Feijóo es incuestionable.» Intolerable. Para una parte de Vox, la culpa de todo es de Núñez Feijóo, no de Sánchez.
Desde que Vox apareció en el escenario político he percibido un férreo marcaje a mis artículos. Recuerdo cómo ya hace siete u ocho años a partir de las 6 de la mañana, mis columnas en ABC recibían la descalificación de un grupo de media docena de comentaristas en los términos más duros. Bueno, en el periodismo de opinión tenemos que aceptar la respuesta del lector. Un avance que nos ha dado el periodismo electrónico sobre el de papel. Antes, como mucho se daban cuatro o cinco cartas al director en respuesta a cualquier cosa que se hubiera publicado. Ahora se puede replicar a cualquier autor al instante con la simple barrera de no insultar. Es un sistema que tiene fallos, pero que da una libertad infinitamente superior a los lectores. Y seguimos trabajando para mejorarlo.
Esta semana he tenido el honor de presentar en la Fundación Ortega-Marañón de Madrid el libro La Oratoria de Antonio Maura, acompañando a los profesores José Varela Ortega y Carlos Dardé. Traigo este acto a colación porque en ese libro de la editorial Calenda se recoge el discurso de ingreso de don Antonio en la Real Academia Española. Discurso que versó sobre la oratoria. Como es procedente en los discursos de ingreso en una Academia, el nuevo académico glosa la figura de su predecesor, que en este caso fue el periodista Isidoro Fernández Flórez, Fernanflor, a quien dedicó unas líneas que a este modesto plumilla le parecen incuestionables: «Gran justicia hicisteis en Fernanflor, porque a las comunes dificultades se agregan otras muy graves para quien escribe en los diarios, y todavía alcanzó él la plenitud de su vida literaria en tiempos críticos que empeoraban el oficio. Con voracidad apremiante exige el diario la obra del redactor, esté o no él en vena á la hora precisa. Pídele juicios improvisados y certeros, informaciones claras, y sucintas, despliegues accesibles para el vulgo, sobre los asuntos más complejos y varios. Aunque suelen encenderse las pasiones entorno suyo, y grandes intereses se remueven y le acechan, él ha de conservar frío el razonar, sin que languidezca su estilo; ha de permanecer independiente, inaccesible á las captaciones que cien egoísmos fraguan para asediarle; ha de perseverar, mientras casi todos mudan, y tener resolución pronta y firme en medio de los perplejos; necesita el don del consejo, que es sazonado con el fruto de la prudencia, faltándole espacio para la deliberación; en suma ha de ejercitar él á solas por toda una muchedumbre, cada día, cada hora, las energías mentales, las austeridades éticas y las varoniles excelsitudes del civismo, como quien toma por oficio proceder y guiar en el buen camino á sus conciudadanos, y rescatarles del extravío cuando no lograre prevenirlo.»
A lo que aquí reclama don Antonio aspiro cada día cuando me siento a escribir. Sé bien que quedo lejos de alcanzar lo que él demanda con toda la razón: un verdadero tratado del periodismo político. Pero creo que no está de más pensar por parte de los lectores y ahora censores de nuestro trabajo sobre el papel que podemos tener los que aspiramos a iluminar la opinión pública, haciéndolo siempre desde la mayor modestia y aspirando a la coherencia en nuestros escritos. Y tampoco está de menos tener en cuenta que los periódicos también dan hoy a los lectores más voz que nunca.