Cartas al director
Mentir
Existe cierta perplejidad respecto a la contumacia, por un lado, y el descaro, por otro, de las incoherencias que declara –y hace– nuestro presidente del Gobierno. No gobernaré jamás con ellos, y gobierna con fruición; no dormiré tranquilo, y duerme a pierna suelta; y tantas y tantas más que resulta ocioso enumerarlas aquí. Es decir, miente. Pero, ¿por qué mentir no pasa factura? ¿Es el único que ha mentido con desvergüenza? ¿Pasa factura en algún otro lugar? Veamos otro caso… opuesto. El del premier británico, que resulta que también se ha encaramado al poder a base de faltas a la verdad. Inventaba citas falsas en el Times, y lo despidieron; prometió no presentarse a parlamentario para ser editor del Spectator, y lo hizo; siendo alcalde de Londres repitió hasta la saciedad que no se presentaría a las elecciones de 2015, para hacerlo a la primera de cambio; el mundo tras el Brexit será fabuloso, y no lo es; y tantas otras durante la pandemia que da pena y risa a la vez. Es decir, está donde está por mentir. En fin… ¿qué nos atrae tanto de los mentirosos empedernidos? No queda más remedio que aceptar la realidad. Nos gusta su fresca desfachatez, su insolencia procaz y su osado atrevimiento. El aire fresco, el desparpajo. Pero no son buenos gobernantes, ni en España ni en el Reino Unido ni en ningún lugar del mundo. Solo que para cambiarlos –votando– parece que no bastará descubrirles una mentira más.