Cartas al director
Mis tiempos
Seguramente habremos escuchado más de una vez esa expresión de labios de personas que nos superaban bastante en edad. Con frecuencia era para poner en valor las circunstancias por las que habían pasado, en contraposición con las que disfrutábamos en la actualidad.
Es posible que, andando el tiempo, a nosotros también se nos hubiese escapado la misma frase o alguna parecida. No es una exageración decir que la historia se repite. ¿No han escuchado alguna vez que «la juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros»? Bueno, pues esto ya lo decía, hace dos mil quinientos años, Sócrates de la juventud griega de entonces.
Ahora, como antaño, se mantiene el error de pensar que lo que nos sigue es peor. Y es que el engaño se oculta en la envoltura de la persona y en el embalaje social. Porque, en su interior, el ser humano sigue siendo el mismo, sea con pizarrillo o con smartphone.
Pero, para mi, hay una trampa mayor, una emboscada sibilina que aguarda a su presa de edad para aplicarle una «sedación incapacitante y terminal».
Y la celada está precisamente en el propio enunciado de estas líneas, en «mis tiempos». Pues es falso que aquellos tiempos pasados sean tuyos, porque no te pertenecen, ya que nada puedes hacer ni deshacer con ellos. Igual que ocurre con el futuro, que tampoco está al alcance de ninguno. El único tiempo tuyo es el presente. Sólo en él se nos concede la posibilidad de estar y de obrar.
La peligrosa encerrona, que pretende mantenernos en el pasado e ignorantes del futuro, busca atraparnos en el cepo de la dejación de uno mismo.
Nuestro tiempo es hoy y ahora. ¡Aprovechémoslo!