Cartas al director
Adiós a un filósofo
Muchos han acordado en denominar a Benedicto XVI, un doctor de la Iglesia de la modernidad. Nadie como él ha sabido combinar la razón con la fe. La fe cristiana ha de ser vista como una continuidad de la filosofía, entendida esta como la victoria de la razón sobre la superstición, la fe necesita de la razón, así como también la razón necesita de la fe. De ahí la importancia del dialogo razón-fe entre los hombres de fe y el Dios de los filósofos. Solo así se consigue el dialogo y la búsqueda de la verdad, sin mitigar la capacidad crítica de la razón.
Benedicto insistía en el peligro de aislarse de la verdad, para convertirse en las costumbres de las diferentes corrientes ideológicas. Así se construyen las dictaduras del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo.
No actuar según la razón es contrario a la naturaleza humana. Y toda razón ha de respetar la dignidad del hombre. Un acto de fe ha de ser un acto razonable y libre, nunca impuesto por la violencia: ni por la violencia física del terrorismo ni por la violencia de leyes civiles que no respetan la libertad de vivir. Todo esto nos ha dejado Benedicto XVI.
Y quizá lo más importante que hizo Joseph Ratzinger durante toda su vida fue rezar por la humanidad. Pero no solamente fue rezar, sino preguntar y entender la lógica divina. La pregunta es muy conocida: cuando visitó el campo de Auschwitz, en mayo de 2006, y se detuvo ante el muro de la muerte donde los nazis ejecutaron a miles de judíos, elevó los ojos al cielo y formuló en voz alta una pregunta que sacudió los cimientos del cristianismo. «¿Por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?» Para un teólogo y filósofo alemán convencido de que es posible razonar y preguntar a Dios, lanzar al aire esa pregunta, sabiendo que no existe una respuesta para el ser humano, fue todo un desafío…