Cartas al director
Rubiales y el frontón del relativismo
En mi casa mando yo, en mi casa mando yo. Juanito vaya trifulca que tuviste ayer en casa, dejaste las cosas claras. Calla, se lo dije a mi mujer y me lo hizo repetir cien veces. Así, Rubiales manifestaba varias veces «no voy a dimitir, no voy a dimitir». Mientras tanto, las feministas aprovechan y se rasgan las vestiduras –menos mal que tienen mucho armario– ante un sujeto tan despreciable. Son las mismas que fomentan los talleres sexuales para niños, las que disminuyen las penas para violadores. Cuando quitas los límites de la educación te encuentras que el frontón del relativismo se vuelve contra ti; y entonces no puedes quejarte de que aquello que has sembrado te devore, y más cuando te lo han dicho por activa y por pasiva. El efecto Rubiales huele mal a pesar de que ignoramos casi todo lo que ocurre en esa llamada pomposa Real Federación. Los efectos colaterales dejan al desnudo que el relativismo es una utopía que se desmonta implantándola. Lo decía Ortega: el tigre siempre es tigre, pero el ser humano no siempre es humano. Los mismos efectos nos llevan a que estamos enviando a los deportistas que empiezan unos mensajes difíciles de entender; igual hay que empezar a pensar.