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19 de septiembre de 2024

Cartas al director

Gracias a mis maestros

Emocionar con la palabra, emocionar con la mirada, transportar al otro a tu mundo y, cuando lo tienes en tus manos y a tus pies, arrastrarlo y enamorarlo. No existe satisfacción más profunda ni más íntima que ver cómo el otro se refleja en tus pupilas demandando más de ti. Quizás la enseñanza sea eso, conmover, vencer al alumno en la contienda diaria de la clase y conquistarlo mientras las palabras se deslizan y se precipitan como fina lluvia hasta caer en un pozo muy hondo pero lleno de luz, el de su pensamiento. Y el hechizo surge sin pretenderlo.

Todos recordamos a algún maestro o profesor que, cual brujo, nos embelesó con sus artificios y aún hoy seguimos admirándolo por ello, no lo olvidamos. A ese altar elevo a mi querida profesora de griego doña Esperanza Ducay, si se me disculpa el apunte personal. La evoco como un ejemplo de entusiasmo y de sabiduría, un modelo de educadora que transmitía con desbordante pasión y sabía prender en sus alumnos la chispa del deseo de aprender.

Vienen a mi mente aquellas sentidas palabras que pronunció Federico en la inauguración de la primera biblioteca pública de su pueblo, Fuente Vaqueros: bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Yo añado: qué transcendental cruzarme en el camino con personas que delicadamente me enseñaron las primeras letras de mi niñez, que un día otoñal, dejando a un lado sus propios pesares, tomaron mi manita entre las suyas, me dieron su calor y ya no me soltaron nunca… Así fue, con su generosa dedicación y su anonimato más absoluto, como la vida se abrió ante mí.

Gracias infinitas

Isabel Pascual Cebrián

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