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Editorial

Europa se suicida respaldando la cultura de la muerte

El Parlamento Europeo quiere convertir el aborto en un derecho fundamental, cuando solo lo es defender la vida

Actualizada 01:30

El Parlamento Europeo ha votado en su última sesión plenaria a favor de convertir la interrupción del embarazo en un Derecho Fundamental de la carta fundacional de la propia Unión, en la búsqueda sonrojante de comparar el aborto con el derecho a la vida, la libertad o la igualdad. Solo 163 eurodiputados se opusieron a este despropósito, doscientos menos de quienes lo respaldaron con el delirante discurso de que acabar con la vida forma parte del catálogo esencial de derechos del ser humano. Aunque hay que celebrar que la totalidad de los parlamentarios del PP y Vox que participaron en la votación lo hicieron en contra de la propuesta.

Resulta deprimente constatar la ola negacionista que recorre la civilización occidental, vanguardista en la conformación de un espacio civilizado sin parangón en la historia de la humanidad y, a lo que se ve, también en su demolición. Acabar con la vida nunca puede ser progresista, y anteponer la decisión de quien engendra a los derechos del no nacido antes de que pueda oponerse a su propio fin, una calamidad moral, ética y social.

Que los europeos se sumen a esa corriente perversa, llevados por la revolución «woke» y la degradación de los valores más elementales en nombre de una falsa modernidad, es desolador. Porque si algo forma parte de la virtud política es, en primer lugar, defender la vida, y en especial la de los más indefensos. Y nada hay más desprotegido que el proyecto de bebé que, desde la concepción, merece el amparo de una sociedad decente. Sólo en España se practican cada año alrededor de 100.000 abortos, con una pirámide poblacional muy envejecida que necesita niños para intentar frenar el invierno demográfico ya en marcha, de consecuencias más terribles que el cambio climático y cualquier otro asunto que sí consigue hueco en la agenda política.

Despoblar Europa y entregar a la inmigración el sostenimiento de su estructura social, económica y cultural es otro despropósito añadido, especialmente al constatarse el riesgo de que esa misión no se aborde desde la perspectiva de perpetuar el alma de Europa, sino desde el deseo de derribarlo. Es otra razón más para repudiar la decisión del Parlamento Europeo, que deberá ser ratificada en cada asamblea nacional para alcanzar un rango oficial definitivo.

Pero la primera es y será la más simple de todas: nada justifica legalizar la pavorosa cultura de la muerte, una indigna moda que destruye los cimientos mismos del ser humano y le condena a su propia desaparición. Con decisiones como ésta, Europa no florece, sino que muere. Son sus legítimos representantes quienes lo deciden.

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