No es memoria, es revancha
Sánchez intenta destruir la reconciliación de los españoles y sustituirla, otra vez, por un lamentable choque de bloques
La impúdica visita de Pedro Sánchez al Valle de los Caídos, donde posó junto a restos óseos de víctimas de la Guerra Civil sin distinción de bando, resume la enésima ofensiva del Gobierno por transformar la «memoria histórica» en una excusa para hacer de la revancha y la confrontación el epicentro de su proyecto político.
Obligar a abrir una cripta con restos humanos o reiterar el deseo de expulsar de su templo a humildes monjes benedictinos demuestra la falta de límites morales, humanos y políticos de un personaje que, en el viaje de asentarse él mismo, está dispuesto a agitar los dramas del pasado para repetirlos, al menos en términos retóricos.
Porque esa estampa tan lamentable coincide con la escalada legal del PSOE contra las Comunidades Autónomas que, en el uso de sus competencias, han reformulado la sectaria Ley de Memoria Democrática para adaptarla a los valores de concordia y reconciliación presentes en la Transición.
Lo sorprendente no es que la Comunidad Valenciana, Aragón o Castilla y León pretendan aprobar normas que se ciñan a la verdad histórica vivida en la España de los años 30 del siglo pasado y consideren necesario honrar a todas las víctimas, fuera cual fuera su origen, sino que el Gobierno de España rechace esa intención y se empeñe en imponer un relato maniqueo y además falso.
A Sánchez no le mueve un sincero deseo de restituir a las víctimas desde el espíritu de consenso y reconciliación que transformó España en una democracia constitucional en 1978; sino utilizarlas para consolidar su lamentable apuesta por los bandos, con la que cree posible justificar su proyecto, sustentado en el enfrentamiento de bloques, la criminalización del opuesto y el blanqueamiento de sus aliados.
El sufrimiento, la muerte y el dolor nunca tienen bandos. Y un país decente ha de saber paliarlos con altura moral, decencia intelectual y delicadeza política, no buscando falsos culpables en el presente por hechos pretéritos que a todos deben conmovernos.
Eso hizo España hace casi medio siglo, en un conmovedor intento de concederse un abrazo fraternal, imprescindible para conformar una sociedad cohesionada y alejada de las disputas que condujeron a una horrible Guerra Civil, precedida por una agitación revolucionaria violenta contra la propia República que los heraldos actuales de la «memoria democrática» olvidan, para recrear una historia artificial de buenos y malos incompatible con los hechos ocurridos.
La dialéctica guerracivilista de Sánchez, sustentada en una legislación pactada con Bildu, desprecia con descaro la historia de España, recrea sin pudor un escenario de contienda, fractura premeditadamente la sociedad y busca un choque ideológico infame, injusto e inútil.
Y todo ello para tapar los múltiples problemas que su gestión genera, en todos los ámbitos imaginables: ha puesto en crisis el modelo constitucional por su empeño en alcanzar y conservar el poder con sus mayores detractores; sostiene una política económica basada en el subsidio, el empobrecimiento y la asfixia fiscal y, además, excava trincheras y vuela los puentes construidos con tanto esfuerzo por los españoles.