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Editorial

PSOE: un partido antisistema que pisotea las instituciones

La respuesta del Gobierno al desafío público del separatismo es responder, con dureza y mentiras, a quienes tratan de salvar la legalidad

Actualizada 01:30

España volvió a vivir este lunes otra jornada negra, la enésima con Pedro Sánchez al frente del Gobierno, con un episodio sangrante de desprecio público a sus instituciones, sus derechos, sus normas y su más elemental sentido común. De un lado, asistimos en el Senado al espectáculo público de un chantajista político que, lejos de esconder sus extorsiones, presumía de ellas y anunciaba las siguientes. Porque eso es lo que hizo el presidente de la Generalidad catalana, Pere Aragonés, al vanagloriarse de la amnistía impulsada por el PSOE y al anunciar, en un tono intimidatorio, que lejos de calmarse con ella la vía de la independencia ilegal, facilitaría la celebración de un referéndum de autodeterminación con el plácet del chantajeado.

Y de otro, asistimos a la deleznable respuesta del Ejecutivo, a través de su ministro de Justicia, Félix Bolaños, convertido en un vulgar sicario cuya única misión es defender las cesiones más abyectas de su jefe y criminalizar a quienes, en defensa del Estado de derecho, intentan oponerse. Porque resulta simplemente inaceptable que, ante una ceremonia pública de extorsión como la protagonizada por Aragonés, más desafiante que nunca por la cercanía de las elecciones autonómicas en Cataluña, la réplica del delegado de Sánchez sea cargar contra las instituciones y contra quienes las utilizan, legal y legítimamente, para intentar frenar tamaño desenfreno desde el escrupuloso respeto a los procedimientos democráticos.

Eso era el debate de la Comisión General de Comunidades Autónomas en el que se debió discutir el impacto en todas las regiones de las desesperadas concesiones que Sánchez va a hacer a Cataluña para que, a cambio, la minoría nacionalista le mantenga en un poder con pies de barro. Lejos de replicar a ese chantaje, Bolaños arremetió con una doble mentira. La primera, denigrar el correcto funcionamiento de las instituciones, convirtiendo su rutina democrática en un capricho político y dedicándole más improperios a quien explora sus funciones, el PP, cuyo uso de las instituciones describen como «el numerito del PP en el Senado»; que a quien las desprecia, ERC.

Y la segunda, invocar con desprecio por la verdad a la Comisión de Venecia de la Unión Europea para cargarle un respaldo a la amnistía que nunca le ha concedido: su informe formal no respalda la impunidad con la que Sánchez se ha comprado la Presidencia y, lejos de eso, ha reclamado un consenso social, un respeto constitucional y unos tiempos de maduración que Sánchez se ha saltado preso de sus urgencias.

El PSOE se ha transformado, por todo ello, en un soez partido antisistema que pretende adaptar el actual funcionamiento a sus abusos para que parezcan legales, en una excursión kamikaze que pone en solfa el andamiaje constitucional y solo puede prosperar si a cada bula infame concedida al separatismo le sucede otra de peor envergadura.

El desafío socialista a la propia democracia ya es incuestionable desde hace tiempo, y coloca a las siglas absorbidas por Sánchez en el mismo epígrafe que las peores formaciones populistas del mundo. Las mismas que transforman al rival en enemigo; derriban el epicentro de las democracias liberales sustentado en la separación de poderes y utilizan las instituciones previamente colonizadas para tratar de blanquear todos sus excesos.

Sánchez protagoniza un viaje sin retorno y, salvo quienes lo comparten a cambio de prebendas, nadie puede considera legítima su cadena de favores a quienes, a cambio de ello, ofrecen un incremento de sus asonadas con la certeza de que el Gobierno más intervenido en España de la historia, acudirá raudo a tratar de adecentarlas. En vano, por supuesto.

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