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19 de septiembre de 2024

Editorial

Pucherazo en Venezuela

El régimen de Maduro ha manipulado el recuento y la comunidad internacional no puede aceptar su perpetuación en Venezuela

Actualizada 10:17

Nadie, salvo quienes viven del régimen chavista, puede creerse la victoria provisional que Maduro se ha concedido a sí mismo, con un recuento fraudulento que supone, en realidad, un auténtico golpe de Estado.

Las elecciones ya eran en sí mismas lamentables por el contexto represor en el que se habían convocado: provocando el exilio de 8 millones de ciudadanos, haciendo casi imposible su participación desde el exterior, expulsando de la competición a la gran alternativa, María Corina Machado, presionando violentamente a los votantes con escuadras y comandos de fieles al chavismo y ocupando las instituciones responsables de garantizar un proceso transparente.

Con esa pavorosa secuencia no es de extrañar que el trágico epílogo haya sido la manipulación del escrutinio provisional, según el cual el autócrata en vigor ha logrado un 51 % de apoyos frente al 44 % de su adversario. Ni las encuestas serias ni las actas controladas por la oposición arrojan ese resultado, ni de largo.

Al contrario, la derrota de Maduro ha debido ser espectacular pese a las adversidades, obstáculos y trampas planteadas por un régimen decadente, empobrecedor y liberticida que solo puede perpetuarse desde la represión y el pucherazo.

Que países como Chile, Brasil o Colombia, dirigidos por políticos de una estirpe ideológica similar a la de Maduro, advirtieran en las vísperas del riesgo de fraude y se nieguen ahora a aceptar sin más el resultado, lo dice todo: no son solo el argentino Milei o el americano Trump quienes rechazan darle el plácet a Maduro; también lo hacen quienes durante años han estado alineados con él, en ese siniestro clan conocido como el Grupo de Puebla.

Lamentablemente, España no ha liderado el marcaje a Venezuela antes de los comicios ni tampoco la exigencia de un recuento escrupuloso, lo que en sí mismo retrata ya al Gobierno de Pedro Sánchez, haga lo que haga en adelante: ha permitido que todo un expresidente como Zapatero se erija en embajador oficioso del chavismo, para vergüenza nacional; y ha renunciado a encabezar la resistencia moral y política a un régimen que reprime la disidencia, prohíbe la democracia y mata de hambre a su pueblo.

El papel de Zapatero merece una investigación formal desde España, cuyas conexiones con la dictadura comunista son demasiado obvias y escandalosas, hasta el punto de haber penetrado en el Gobierno con Podemos o Sumar, con la aquiescencia del propio presidente.

Porque para Sánchez, por ejemplo, merece más reprobación un presidente elegido de verdad por sus ciudadanos, como Javier Milei en Argentina, que otro que destierra, persigue y castiga a sus compatriotas, para luego adulterar lo que, con tanta valentía, han exigido en las urnas.

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