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12 de septiembre de 2024

Editorial

Puigdemont humilla a España por culpa de Sánchez

El sainete del prófugo es el corolario de la rendición del Estado impulsada por el lamentable presidente Sánchez

Actualizada 01:30

España sufrió ayer una humillación inaceptable con el sainete montado por el prófugo Carlos Puigdemont y la tolerante complicidad de los gobiernos español y catalán.

Que un prófugo de la Justicia anuncie cuándo, cómo y dónde va a reaparecer, en territorio nacional y con leyes vigentes; cumpla milimétricamente su bravata y finalmente se escabulla sólo puede ser viable si se lo consienten los mismos que indultaron y amnistiaron a su cuadrilla y, además, le deben nada menos las presidencias del Gobierno en España y la Comunidad catalana.

Que pretendan a continuación camuflar tan evidente complicidad con una patética «Operación jaula», solo válida para colapsar Barcelona y molestar a los ciudadanos, añade a la infame componenda un insulto a la inteligencia.

A Puigdemont no se le detuvo antes de llegar a Barcelona porque, simplemente, debieron darse instrucciones políticas precisas para darle permiso: la otra alternativa es que el ministro del Interior sea un incompetente sin precedentes, en cuyo caso tendría que dimitir o ser destituido hoy mismo.

Ilustración: Carles Puigdemont

Ilustración: Carles PuigdemontPaula Andrade

El espectáculo es impropio de un Estado solvente, con aprecio por sí mismo, sus instituciones, su sociedad y sus normas, pisoteadas impunemente una y otra vez por la extravagante coalición entre partidos radicales, como este PSOE de Sánchez, y separatistas, tan enfrentados a la España constitucional como entre ellos mismos.

No tiene sentido que el mismo personaje decida quién gobierna el país y, a la vez, sea un huido de la Justicia al que el presidente deudor concede prebendas obscenas, unas públicas y otras clandestinas, todas ellas ajenas al sentido común y al ordenamiento jurídico.

En ese contexto bochornoso hay que ubicar tanto la investidura de Pedro Sánchez cuanto la de Salvador Illa, conseguidas a golpe de rendiciones lesivas para los intereses nacionales y más propias de un negocio mafioso que de un acuerdo institucional tolerable.

Porque con Junts se firmó, en una negociación indecente en el extranjero, la derogación de las leyes, la impunidad de los delitos y la legitimación de la sedición, todo ello para que un dirigente socialista sin escrúpulos lograra mantener el poder que no le otorgaron las urnas.

Y con ERC se ha agravado todo al añadir, a esa ristra de ataques a la propia idea de España, un privilegio económico y fiscal que avanza, sin duda, en la senda de acabar tolerando un referéndum de independencia.

El funambulismo kamikaze de Sánchez está destruyendo el edificio constitucional, sustentado en la igualdad de los españoles ante la ley y en la defensa de un proyecto cohesionado de país. Y le incorpora, a ese acto de insurgencia y traición a las obligaciones más elementales de un presidente digno del puesto, una humillante sumisión a todas las patochadas de un personaje como Puigdemont.

Quien, no lo olvidemos, sigue teniendo en sus manos el futuro del infausto inquilino de La Moncloa.

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