Polonia, bastión de la Europa verdadera
La tendencia expansiva de las instituciones vulnera el principio de subsidiariedad y desborda el marco de competencias de los tratados de Roma y Maastricht. Bruselas se arroga funciones más allá del mantenimiento de la homogeneidad político-económica imprescindible para sostener el mercado único
Los medios nos presentan la imagen de una Polonia euroescéptica en vertiginosa caída hacia el fascismo. En realidad, Polonia –junto a Hungría y alguno más– es el único país de la Europa actual en el que se habrían sentido a gusto los Schumann, Monnet y demás fundadores del Mercado Común Europeo. Pues eran cristianos a los que habrían escandalizado la «perspectiva de género», el aborto como derecho o las charlas LGTB en colegios.
¿A dónde va una Unión Europea que cada vez se aleja más del diseño originario de un mercado común facilitador del tráfico de bienes y personas, deslizándose hacia un superestado que impondría como ideología oficial el «totalitarismo blando» woke (véase el libro de Rod Dreher, Vivir sin mentiras), mezcla de feminismo desquiciado, liberación sexual llevada al extremo del adoctrinamiento de niños y la destrucción de la familia, ecologismo, clima histérico y empobrecedor…?
El casus belli del penúltimo asalto de la Comisión Europea a la soberanía polaca ha sido la sentencia del Tribunal Constitucional que afirmaba la primacía de la Constitución polaca sobre los tratados y directivas europeas «cuando los órganos de la UE operan fuera de los límites de las competencias conferidas por la República de Polonia en los tratados». El Tribunal ha intentado alzar un escudo jurídico frente a la tendencia expansiva de las instituciones europeas, que vulnera el principio de subsidiariedad y desborda el marco de competencias señalado en los tratados de Roma y Maastricht. Bruselas se arroga funciones que van más allá del mantenimiento de la homogeneidad político-económica imprescindible para la sostenibilidad de un mercado único.
El trasfondo del conflicto entre Bruselas y Varsovia no es jurídico –el Estado de Derecho o la interpretación de los tratados europeos– sino ideológico. Bruselas hostiga a Polonia y Hungría porque sabe que allí está tomando forma una alternativa conservadora al neototalitarismo progre: familia y comunidad en lugar de hiperindividualismo; natalidad nacional en lugar de inmigración extraeuropea; complementariedad hombre-mujer en lugar de victimismo feminista y guerra de sexos; defensa de la vida en vez de abortismo masivo; libertad de opinión en lugar de pensamiento único impuesto a golpe de «cancelaciones», so pretexto de «discurso de odio».
La prueba es que, como ha recordado Elentir, muchos otros países habían emitido antes pronunciamientos de primacía del Derecho nacional en las materias en las que la UE no es competente, sin que por eso Bruselas se rasgase las vestiduras como cuando se trata de Varsovia o Budapest. Lo hizo la sentencia 183/1973 del Tribunal Constitucional italiano. Lo ha hecho el Bundesverfassungsgericht alemán en ocho ocasiones (la última, en la sentencia 2 BvR 859/15, de 5 de mayo de 2020). Lo hizo el Tribunal Supremo danés en su sentencia I 361/1997. Y el Consejo de Estado francés en su decisión nº393099, de 21 de abril de 2021.
El otro pretexto para atacar a Polonia es la supuesta erosión de la independencia del poder judicial. ¿Seguro que es mayor que la que padecemos en España, donde no se cumple el procedimiento constitucional (art. 122) para la designación de vocales del Consejo General del Poder Judicial desde hace nada menos que 36 años? («Montesquieu ha muerto», dijo el intelectual sevillano, y tenía razón) Nuestra separación de poderes está tan debilitada, que en abril de este año tres de las cuatro principales asociaciones judiciales españolas dirigieron una carta a la Comisión Europea en la que llegaban a decir que «España va hacia el totalitarismo». Al hecho de que los sucesivos Gobiernos desde 1985 hayan dejado sin aplicar el precepto constitucional sobre provisión de los vocales del CGPJ por los propios jueces se añade ahora la reforma que impide al CGPJ cumplir su función más importante –nombrar altos cargos judiciales –si ha expirado su mandato sin acuerdo de renovación, así como la proyectada rebaja de la mayoría parlamentaria exigida para proveer nuevas plazas.
¿Desenterró Bruselas el hacha de guerra contra Madrid? Claro que no. Porque nuestro «Gobierno de progreso» es alumno aventajado en la identity politics, la sustitución demográfica, el adoctrinamiento woke y el culto a la diversidad (de culturas, de identidades sexuales, de «modelos de familia»).
Quien haya seguido los encontronazos Bruselas–Varsovia y Bruselas–Budapest sabe que hay siempre un fondo ideológico. Por ejemplo, el Parlamento Europeo aprobó en noviembre de 2019 una resolución –apoyada por el Partido Popular– que condenaba la aprobación por parte del Parlamento polaco, unos meses antes, de una Ley Anti–pedofilia que modificaba el artículo 200b del Código Penal para sancionar la promoción de relaciones sexuales entre menores de edad, incluida la realizada en las escuelas so capa de «educación sexual». Como explicó el Gobierno polaco, no se trataba de impedir una educación sexual sensata basada en la biología, el amor y la deseable formación de familias, sino la sexualización de la infancia y adoctrinamiento LGTB que se ha producido en tantos países occidentales, incluida España, y que está dando resultados como la multiplicación por 44 del número de adolescentes británicos que se declaran transexuales y reciben tratamiento hormonal.
Polonia no desea salir de la UE, pero no está dispuesta a entregar su soberanía duramente conquistada, y menos a un poder supranacional informado por el neototalitarismo woke. Hablamos del único país que se enfrentó en 1939 a los dos monstruos que ensangrentaron la primera mitad del siglo XX, pagando un altísimo precio en vidas (más que alemanes o rusos, en proporción a la población). El 1 de agosto de 1944 los polacos se lanzaron heroicamente a sacudirse el yugo nazi; Stalin detuvo el avance de sus tropas para que los alemanes tuvieran tiempo de aplastar la rebelión y arrasar Varsovia hasta los cimientos.
No, no estamos en condiciones de dar a los polacos lecciones de civilización. Son una nación que existe de milagro; Polonia fue despiezada entre Prusia, Austria y Rusia desde finales del XVIII hasta 1919; sobrevivió a la opresión comunista y encabezó (Gdansk, 1980) las magníficas «revoluciones de terciopelo» de los años 80, encendidas realmente por el viaje polaco de Juan Pablo II en 1979. Quien resistió a zares y kaisers, a Hitler y Stalin, no se va a arrugar frente a eurodiputadas veganas de pelo morado y adoradoras de Greta Thunberg.
Francisco J. Contreras es catedrático de Filosofía del Derecho y diputado de Vox por Sevilla