Tiempos difíciles
Lo que necesita España es un Gobierno con la confianza de los mercados y de las instancias internacionales que tome medidas desde el rigor y no desde la improvisación y el radicalismo
A finales de este año, si a Sánchez no se le pasa por la cabeza otra cosa, tendremos elecciones generales. No recuerdo, salvo las de 2004 con la reina de todas las manipulaciones, unas vísperas electorales con más trampas. En aquella ocasión, todavía hoy entre brumas, un dirigente principal del PSOE brindó con champán mientras el mundo lamentaba 193 muertos en los trenes de Atocha. Años después nos enteramos por él que fue Pablo Iglesias quien aderezó las trampas, incluso en la jornada de reflexión, con una campaña de amedrentamiento, acusaciones y falsedades que, con lo visto luego, no debe extrañarnos.
Si hay un Gobierno alternativo tras los comicios de diciembre tocará apretarse el cinturón; no debemos engañarnos. Y si no hubiese un Gobierno alternativo ya poco importará salvo asistir, si la sociedad sigue dormida, al grave descalabro de España como la conocemos y nos muestra la historia. Sánchez ha demostrado que no se detiene ante nada; tiene principios cambiantes, incluso contradictorios, de acuerdo con su conveniencia personal. «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros», según la frase que se suele atribuir falsamente a Marx, don Groucho.
Estamos asistiendo y nadie, ni desde la oposición, dice ni pío, a trampas para elefantes en un intento de aderezar las elecciones. Desde abrir la mano a las nacionalizaciones de extranjeros, por decenas de miles, a conceder paguitas aquí y allá a todo colectivo al que se pueda engañar, o a subir y subir los millones de euros para publicidad institucional como modo de contentar aún más a medios, sobre todo televisiones, no suficientemente contentos. Basta la prueba del algodón. De muchas noticias desfavorables al Gobierno nos enteramos por la prensa extranjera. Salvo excepciones encomiables volvemos a lo que ocurría hace más de cincuenta años. Nos hablan continuamente de franquismo pero no de la resurrección de una forma de autocensura.
Los años de Sánchez nos han enseñado que la permanencia en el poder a cualquier precio es un fin en sí mismo. Vale todo para mantenerse en el sillón. Hemos atravesado una etapa de mercadeo político, de búsqueda de votos que salvaran iniciativas parlamentarias. Por un puñado de votos que costaban carísimos a los españoles se han aprobado normas que no suponían demandas sociales ni siquiera figuraban en el programa electoral del PSOE pero que había firmado con Podemos en aquel pacto, a pocas horas de las elecciones, desdiciéndose de lo que había prometido a los españoles y en primer lugar a sus votantes. Y no hablemos de sus indignos compromisos con independentistas y filoetarras. Vivimos el paso de la pancarta a la ley por muy disparatadas que las leyes sean, aunque supongan aberraciones jurídicas, atentados éticos o incoherencias entre la ideología y la realidad.
Tras las elecciones tocarán tiempos difíciles, y tras perder la voz de las urnas, ya nos advirtió –amenazó– Yolanda Díaz que hablaría la calle. O sea que se incendiaría. Desde la oposición la izquierda volvería a lo de siempre: a no reconocer la victoria de otros. Todos somos solidaros en esa proclamación inconcreta «salir de la crisis» menos cuando nos tocan los recortes. Que España supere el riesgo del crac con la mayor deuda europea y hasta ahora gastando a manos llenas, nos va a costar tiempos difíciles. Las naciones salen de los hoyos económicos con sacrificios que acaban afectando a todos.
Los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, los miles de chiringuitos y de fundaciones que viven de la subvención pública, tendrán que apretarse el cinturón. Basta leer el BOE para tomar conciencia del dinero que reparte la Hacienda de un país en grave crisis que no ha recuperado la situación anterior a la pandemia. Habrá que tomar medidas a nivel nacional y autonómico. Sánchez ha gastado sin recato ni inteligencia. En la Grecia de la crisis se suprimieron 679 ayuntamientos y se echó el cierre a la mayoría de las grandes empresas públicas. En Italia se suprimieron 36 provincias y 1.500 municipios. No digo que haya que hacer algo similar o parecido, la situación es distinta, pero habrá que tomar medidas drásticas. Aunque los sindicatos, sumisos y mimados ahora, se encabriten. Los sindicatos en España han dejado de representar a los trabajadores para representarse a sí mismos, a sus liberados y a sus intereses. Sus cuentas no son transparentes.
Cuando Zapatero dejó la economía en grave crisis, Rajoy afrontó una política que incluyó recortes, criticados por quienes habían despilfarrado y nunca lo aceptaron; incluso falsearon las cifras en el traspaso de poderes. Cuando acabaron los recortes la izquierda olvidó reconocerlo. Así es la izquierda cuando pierde el Gobierno. Mientras, el buenismo de la derecha llega a ser estúpido.
Los tiempos venideros serán difíciles pero será bueno que España cuente con un Gobierno con credibilidad interior, exterior y en la UE y no por ponerle ojitos a la von der Leyen. Sánchez estará ya en un exilio dorado europeo; aquí no podría salir a la calle. Y no mirará hacia atrás. Lo que necesita España es un Gobierno con la confianza de los mercados y de las instancias internacionales que tome medidas desde el rigor y no desde la improvisación y el radicalismo. Que no remiende aunque lo que decida sea duro. ¿Cuántas veces hemos escuchado desde la izquierda que estamos saliendo de la crisis? Ya lo dijo Rubalcaba –y le tuve por amigo– en fecha emblemática: «Necesitamos un Gobierno que no nos mienta». Pues eso.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando