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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Feijóo y el teatrillo de Sánchez

La ley trata de ser un banderín de enganche para la transexualidad. Desde las estadísticas no puede dejar de considerarse gente de bien a quienes no comparten ese disparate

Actualizada 08:56

En ese pertinaz ejercicio de hacer oposición a Feijóo que caracteriza a Sánchez, recientemente se mostró sorprendido en el Senado, diríase que también ofendido, al oírle decir: «Deje de molestar a la gente de bien y de meterse en las vidas de los demás». Posteriormente el PP matizó tratando de echar agua al vino. No había motivo. Feijóo resaltó una evidencia. Es obvio que Sánchez oyó a Feijóo pero no le escuchó. Oír es percibir sonidos y tiene que ver con el sistema auditivo y escuchar supone comprenderlos, responder en función de esos estímulos e implica atención, concentración y memoria. Me temía que Yolanda Díaz, Irene Montero, Ione Belarra, Alberto Garzón o Isabel Rodríguez no lo supiesen pero daba por sentado que nuestro presidente no lo desconocía.

Hay muchos motivos para que, escuchando a Feijóo, nadie pueda sorprenderse. Veo que Sánchez sí, atento a un catón menguado. La gente de bien es la gente normal, la gente que no entiende la creciente intromisión del Gobierno en nuestras vidas y en lo que hacemos cada día; que ocupe la educación infantil y media y lesione gravemente la realidad universitaria, y todo desde leyes ideológicas; que quiera transformar el sentido y la propia construcción de nuestras familias; que manipule aberrantemente a los niños con una sexualización debida a no sabemos qué complejos; que atente contra el sentido de nuestras creencias más profundas hiriendo el eje de la propia Europa que fue el cristianismo se sea o no creyente o practicante; que con leyes debidas a ignorantes, y además soberbios, saquen a los violadores a la calle o les rebajen las penas; que se indulte a golpistas no arrepentidos; que se reconozca en los animales derechos de chiste de los que no son depositarios y no implican deberes; que criminalice a los hombres más allá de un feminismo deseable, lógico y sensato; que se condicionen arbitrariamente los derechos de todos y se limite nuestra libertad desde la hacienda familiar a la tranquilidad de quienes crean empleos y precisamente por decisión de quienes no serían capaces de crear ninguno; muchos no habían trabajado nunca.

Sánchez respondió a Feijóo en el Senado que no entendía que, por ejemplo, la llamada ley trans pudiera ser recibida mal por la gente de bien. La respuesta pudo encontrarla en una reciente columna de Pérez-Maura. De la población española, 47.450.795 personas en 2020, había, en 2021, 2.087 transexuales. Y citaba la fuente: InfoLibre. La transexualidad afecta al 0,004397571 por ciento de los españoles. Una cosa es respetar el derecho de esa minoría y otra promover o fomentar decisiones tan graves como someter a menores, sin consentimiento paterno, a tratamientos médicos y quirúrgicos sin vuelta atrás. Hay una frase de Bill Maher, nada sospechoso de mojigato, que viene bien recordar: «Si los niños supieran lo que quieren ser a los ocho años, el mundo estaría lleno de vaqueros y princesas. Yo quería ser un pirata. Gracias a Dios nadie me tomó en serio y programó una operación para quitarme el ojo y cortarme la pierna». La ley trata de ser un banderín de enganche para la transexualidad. Desde las estadísticas no puede dejar de considerarse gente de bien a quienes no comparten ese disparate.

Ilustración: Sanchez

Ilustración: SanchezPaula Andrade

Ocurre que Sánchez olvida a menudo que es el presidente de todos los españoles y gobierna sólo para sus palmeros que, según lo que vemos cuando pisa la calle, cada vez son menos. Durante su reciente visita a Badajoz se inventaron una charanga para que hiciese ruido y se escuchasen mal los gritos de protesta de los asistentes convenientemente alejados del lugar de celebración del acto socialista. No lo consiguieron. Las protestas circulan en internet. Y los teatrillos con compañeros de partido no engañan a nadie. El último en una biblioteca de Fuenlabrada cerrada para la representación; no se atrevió a filmar la trampa con lectores presentes. Y así todo. Ya nos enseñaron Shakespeare y Calderón que el mundo es un teatro. El mundo de Sánchez no pasa de ser un teatrillo con figurantes compensados con cargos o sueldos; ellos o sus familiares y amigos. Le están dando a Feijóo parte de la campaña electoral hecha sólo con reproducir estas representaciones del sanchismo teatral descubriendo el nombre y militancia de sus figurantes.

España, en un momento difícil de su historia, está en manos de unos personajes que no saben lo que hacen por falta de formación, de experiencia, o por no valorar lo que implica gobernar para todos. Uno llega a explicarse algunas decisiones educativas como no fomentar el estímulo, abaratar el aprobado, o borrar de los programas educativos periodos enteros de nuestra historia y de nuestra cultura. En una conversación que circula en internet un dirigente hispanoamericano de la izquierda revolucionaria afirmaba a un colaborador que no había que acabar con la pobreza porque eran sus votantes. Igual pensarán que ocurre con la ignorancia.

Y ya que me refiero a la ignorancia, me choca que la portavoz del Gobierno, la ministra Rodríguez, haga el ridículo en sus comparecencias con errores de bulto. Ella es de La Mancha y debería haber recibido alguna influencia quijotesca que le permitiera no confundir conceptos y recordar citas o al sabio «Refranero» con corrección. Me sorprende que ningún periodista asistente nos lo haya contado acaso por prudencia. O no.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
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