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En primera líneaEmilio Contreras

La derrota empezó hace 4 años

En 40 años nadie se había atrevido a cruzar las líneas rojas que traspasó Sánchez, y no ha salido indemne. Utilizar la cesión a populistas, separatistas y herederos del terror como instrumento de supervivencia ha acabado abrasándolo

Actualizada 01:30

La derrota de Pedro Sánchez el pasado 28 de mayo empezó hace cuatro años, justo cuando todos creímos erróneamente que había comenzado su victoria tras sus pactos con Podemos y los separatistas. Nadie supo ver entonces el proceso de decadencia electoral que se había puesto en marcha.

Fue el 2 de agosto de 2019 cuando la dirigente socialista María Chivite consiguió la presidencia de la Comunidad Foral de Navarra gracias a la abstención de cinco de los siete diputados de EH Bildu. Una abstención sospechosa porque los herederos de ETA apoyaron a la candidata socialista con el número exacto de abstenciones necesarias.

Once días más tarde, el 13 de agosto, el acuerdo de fondo dio la cara con la dimisión de Amparo López, alcaldesa socialista del municipio de Huarte, cuando solo llevaba tres meses en el cargo, con el pretexto de que había sido nombrada directora general de Interior del Gobierno Foral. Entonces se conoció el trasfondo del pacto con los herederos del terror por el que los socialistas les devolvían el favor: el Partido Socialista de Navarra retrasó deliberadamente el nombramiento del concejal que debía sustituir a Amparo López, y permitió con esa ausencia que el día 27 saliera elegido alcalde por solo un voto de diferencia el candidato de EH Bildu, Alfredo Arruiz.

El trueque de apoyos quedó claro. El pacto tuvo su carga de cinismo porque con esa ausencia los dirigentes socialistas eludieron votar a favor o incluso abstenerse para que fuera elegido alcalde un heredero de ETA. Con esa argucia trataron de enmascarar algo tan grave como la voladura, por primera vez en 40 años, de los acuerdos entre los partidos constitucionalistas navarros.

Como políticos y periodistas estaban en plenas vacaciones de verano, la noticia pasó casi desapercibida, salvo las protestas de algún dirigente de UPN. Hasta tal punto que el 18 de diciembre Pedro Sánchez pudo afirmar que nunca pactaría con Bildu –«si quieres te lo digo veinte veces»– y nadie le replicó recordándole que ya lo había hecho en Navarra.

El pacto de agosto de 2019 es el estigma que ha llevado al Partido Socialista a las derrotas que ha ido sufriendo desde entonces en el País Vasco, Galicia, Castilla y León, Madrid y Andalucía. Hasta llegar al 28-M. Porque nunca hasta entonces había cruzado la frontera que le separaba de los herederos del terror.

Ilustración: Pedro Sánchez

Lu Tolstova

El mensaje que Pedro Sánchez lanzó con este acuerdo fue implacable: si había sido capaz de pactar con los herederos del terror, sería posible cualquier pacto con quien fuera y sobre lo que fuera.

Los acuerdos que vinieron después fueron a cara descubierta y tuvieron más eco en los medios. Bildu se convirtió en su aliado habitual e intervino de forma decisiva en leyes como la de Memoria Democrática, la de Vivienda o la de Presupuestos. Si a este pacto unimos el abrazo de urgencia con Pablo Iglesias en noviembre de 2019, los indultos a los separatistas catalanes y las reformas del Código Penal para garantizar su impunidad, la clave de la derrota del 28-M está servida.

La inesperada convocatoria de elecciones generales ha puesto en marcha el incensario de los incondicionales de Pedro Sánchez con un elogio a su capacidad para sobrevivir. Olvidan que hacerlo a cualquier precio tiene poco mérito. La astucia táctica como modelo de supervivencia funciona en el corto plazo, pero permanecer años en el poder requiere una estrategia a largo plazo. La cesión como instrumento para perpetuarse en él ha acabado abrasándolo el 28-M.

Aunque es más fácil escribir la historia que predecirla, el adelanto electoral ha sido la única salida que le quedaba para evitar el calvario que le esperaba en los próximos seis meses. Como los enfermos terminales, habría estado conectado al respirador de sus socios a cambio de más cesiones y peajes que le podían haber llevado a una derrota aún más dura en las elecciones generales que la que le vaticinan los sondeos.

Otra consecuencia de lo ocurrido el 28-M es que Sánchez se ha distanciado de Yolanda Díaz y Sumar a solo seis semanas del 23-J. Convencido de que no puede conseguir ni un voto por su derecha, se va a volcar en arañar los que pueda por su izquierda, invocando el voto útil. Yolanda ya no le sirve y ha pasado de ser un complemento a convertirse en un rival a neutralizar. Tenemos que prepararnos para una campaña cargada de radicalismo con la que aspira a debilitar el proyecto de Yolanda Díaz. Habrá que ver si lo consigue.

Esta historia empezó en Navarra y allí terminará. Como los pactos con Bildu le pueden dañar en las elecciones del 23-J, el PSOE se ha apresurado a rechazar ahora cualquier acuerdo con los herederos del terror. La respuesta de Otegi ha dado en la línea de flotación de la estrategia del presidente: «¿Creen que la gente es boba? Llevamos cuatro años juntos». Y el pasado martes se ofreció para renovar los pactos.

Sabe el exetarra que con este PSOE todo es reversible y, mientras aguante, siempre podrá montar otra farsa como la de Huarte.

El problema de Otegi es que Sánchez no aguante.

  • Emilio Contreras es periodista
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