Trump ha resucitado un cadáver
El fracaso de Rusia en Ucrania, con 600.000 bajas para ocupar solo el 20 % del territorio en tres años, es la prueba de la debilidad de su ejército. Pero todo ha cambiado con Trump, que está suministrando respiración asistida a Putin y lo ha envalentonado
Cuando el gobernante de una nación ordena la invasión de un país vecino más pequeño y más débil, y a los tres años sólo ha conseguido ocupar el 20 por ciento de ese país, tener 600.000 bajas y necesitar la ayuda de Corea del Norte e Irán, ese gobernante ha fracasado. Y si el invasor va de líder de una de las tres grandes potencias mundiales, el fracaso es aún mayor porque revela unas carencias de fondo que lo apean de ese triunvirato.

Eso es lo que le ha ocurrido a Vladimir Putin. Mantuvo durante años la ficción de que Rusia había recuperado el rango de gran potencia militar, tras el hundimiento del comunismo en 1990. Pero los hechos han demostrado que esa imagen era de cartón piedra. Las guerras victoriosas en el Cáucaso y Crimea —territorios pequeños y con pocos habitantes— fueron campañas de vuelo corto en las que impuso su poder con fuerzas especiales, mercenarios y pocos soldados de reemplazo. Crecido por esos éxitos, que engañaron al mundo y a sí mismo sobre un poder militar que no tenía, invadió Ucrania y —recuerda Robert D. Kaplan— cometió el mismo error que Adolf Hitler en 1941, cuando envalentonado por sus victorias militares en Polonia y Francia, no midió sus fuerzas e invadió Rusia. Con esa decisión comenzó a cavar la tumba que le llevó a la derrota.
Ucrania es un país con 600.000 kilómetros cuadrados y 38 millones de habitantes. Invadirlo y someterlo requería un ejército con la preparación y el nivel de una gran potencia. La guerra de Ucrania ha demostrado que las tropas rusas carecen del nivel de coordinación necesario entre las fuerzas regulares de tierra, mar y aire; y también de la capacidad logística imprescindible para suministrar combustible, alimentos y repuestos militares a cientos de miles de reclutas. El fracaso de la invasión de Ucrania es la prueba más evidente de la debilidad del Ejército ruso y de Vladimir Putin. Aunque Rusia sigue siendo una potencia nuclear, no es una potencia militar.
Pero todo ha cambiado desde que Trump accedió a la presidencia el 20 de enero y comenzó a suministrar respiración asistida al invasor ruso. Trump ha resucitado a Putin.
La operación para salvarlo de su fracaso comenzó dándole la vuelta a la verdad al calificar a Zelenski de «dictador» y acusarle de ser quien empezó la guerra. Ucrania «es culpable… nunca debisteis haber empezado», afirmó, cuando es una evidencia que el dictador e invasor es Vladimir Putin. Le ha seguido la retirada a Ucrania de armamento y la interrupción de la información de los servicios de inteligencia, esenciales para hacer frente a la invasión rusa. Después, la humillación pública con la encerrona al líder ucraniano en el despacho oval, trasmitida en directo por televisión a todo el mundo. Continuó con el encuentro hace dos semanas entre rusos y americanos en Riad, y con las conversaciones indirectas de esta semana entre rusos y ucranianos. Se ha consumado con la exigencia de ceder a empresas americanas la explotación de los minerales estratégicos y las centrales nucleares de Ucrania.
La consecuencia inevitable de la humillación a Ucrania ha sido el envalentonamiento del hasta ahora derrotado Vladimir Putin. La nota de la Casa Blanca en la que informaba de la conversación telefónica de dos horas entre Trump y Putin el 18 de marzo es la crónica del fracaso de Trump. Había dado por hecho que el dirigente ruso aceptaría un alto el fuego total de 30 días pero Putin, crecido por la debilidad de Zelenski, lo redujo a un alto el fuego sólo para centros de producción de energía, que no se está cumpliendo. Y en la información que se suministró el día 25 quedó claro que Estados Unidos y Rusia no consiguieron consensuar un comunicado conjunto tras 12 horas de reunión, y se ha filtrado un acuerdo para asegurar la navegación comercial en el mar Negro que beneficia a Rusia porque permite la exportación de sus cereales; acuerdo que tampoco se está cumpliendo. Ambos encuentros no son ni la sombra de lo que Trump había vendido como el primer paso hacia el fin de la guerra. Es lo que pasa cuando resucitas a quien a lo largo de su vida ha demostrado que no es de fiar.
Europa, confiada y egoísta, sufre ahora las consecuencias de haber endosado durante decenios a los Estados Unidos el peso del gasto militar, y tiene que improvisar sobre la marcha un plan para asegurar su defensa. Porque Trump ha sido claro y contundente en su abandono. Ya en enero de 2017 calificó a la OTAN de «organización obsoleta», y el 13 de este mes afirmó que Europa «se creó para fastidiar (to fuck) a Estados Unidos».
Trump ha resucitado un cadáver político que ya ha vuelto a las andadas y bombardea Ucrania sin descanso. Si tiene éxito en su empeño llegará un día en que, apoyado por China, acabe siendo una amenaza también para Estados Unidos. Roosevelt sí vio venir el peligro hace 84 años. Entonces tuvo claro que si Hitler dominaba a Europa, y Japón a Asia, harían una pinza contra los Estados Unidos, que se verían atenazados entre el Atlántico y el Pacífico y podrían haber sucumbido ante ese poder. Trump se niega a reconocer el peligro de Rusia apoyada por China, y está haciendo lo contrario.
El mundo libre puede acabar lamentándolo.
- Emilio Contreras es periodista