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en primera líneaRodrigo Ballester

Hungría: el país que se toma en serio la natalidad y las familias

Hungría, por ejemplo, lleva diez años desplegando las políticas familiares ambiciosas e ingeniosas, invirtiendo un 5 % de su PIB para revertir el suicidio al que se dirigía hace una década, y lo hace con una visión muy clara: que formar una familia no suponga una desventaja

Actualizada 01:30

No, el problema más grave de Europa no es el cambio climático, ni su deuda pública, ni su irrelevancia geopolítica: es su suicidio demográfico, su desaparición programada en la indiferencia general. Europa se muere. Lo que no ha logrado un sinfín de guerras y de plagas, lo está consiguiendo una mezcla inédita de auto-odio, materialismo, vacío espiritual, maltusianismo chic e individualismo exacerbado. La sociedad postmoderna ha conseguido anestesiar el instinto de supervivencia que ha movido a la humanidad durante milenios y a nadie parece importarle (especialmente a sus élites) en un viejo continente que nunca ha sido tan bien nombrado.

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Lu Tolstova

Peor aún, Europa ha optado por delegar su propia existencia y prefiere importar millones de inmigrantes para asegurarse un futuro a muy corto plazo a sabiendas de que así está allanando el camino de su desaparición. Las cifras hablan por sí solas: según Eurostat, el número de nacimientos ha disminuido en la UE desde 2008, ningún país de la UE alcanza el umbral de regeneración y la edad media del continente es de 44.7 años. Desde hace décadas, mueren más europeos de los que nacen mientras llegan millones de migrantes. Europa está tan empachada de ideología que ya no se atreve a hacer el diagnóstico más obvio y sacar las consecuencias: primero, los europeos ya no tienen hijos y esto supone una amenaza existencial; segundo, la máxima prioridad de cualquier dirigente debería ser incentivar la natalidad y situar a la familia tradicional en el centro de la ecuación, como piedra angular de la sociedad. Todo un desafío a la mortecina hegemonía ideológica imperante en Europa que propugna todo lo contrario.

No obstante, en este océano de fatalidad, algunos países se niegan a desaparecer y se atreven a existir. Hungría, por ejemplo, lleva diez años desplegando las políticas familiares ambiciosas e ingeniosas, invirtiendo un 5 % de su PIB para revertir el suicidio al que se dirigía hace una década, y lo hace con una visión muy clara: que formar una familia no suponga una desventaja, poner a las madres en el centro de la ecuación y premiar la estabilidad del matrimonio. Desde 2010, el gobierno ha desplegado un catálogo de medidas generosas e ingeniosas que han dado un vuelvo a un declive demográfico que parecía inexorable: después de años de caída libre (2.25 hijos en 1980) hasta alcanzar un mínimo histórico en 2010 con una tasa raquítica de 1.2. En 2020 alcanzó un notable 1.6 para situarse hoy en un 1.55 después del bache de la pandemia. De paso, los divorcios y abortos han disminuido considerablemente durante el mismo periodo.

¿Esperanzador? Sí. ¿Suficiente? No, por eso el gobierno húngaro acaba de doblar la apuesta por la natalidad con varias medidas entre las que destaca una en particular: las madres de dos o más hijo dejarán de pagar impuestos sobre la renta de por vida. Esta exención ya existía para las madres de cuatro hijos, pero se va a extender de manera exponencial para darle un impulso definitivo a la natalidad. En los próximos meses, Hungría pasará a ser un paraíso fiscal para las familias, sobre todo para las madres.

Una medida revolucionaria que probablemente marcará un punto de inflexión. Algunos dudan y avanzan que después de diez años, Hungría no ha logrado alcanzar la meta del remplazo generacional situado en 2.1 hijos por mujer. Cierto, pero sí ha evitado un suicidio demográfico irreversible y ha invertido radicalmente la tendencia. Sin una política voluntariosa, ¿cuál sería la tasa de natalidad actual? Se calcula que estas medidas pro-familia han favorecido el nacimiento de 250 000 bebés en los últimos quince años. Con la extensión masiva de la exención fiscal a partir del segundo hijo, es probable que esta tendencia se consolidará en los próximos años.

Es cierto que la batalla de la natalidad no se ganará solo con incentivos económicos. Urge un electroshock cultural en Europa para contrarrestar décadas de propaganda individualista y de leyes que han desprestigiado y socavado las familias. Con Europa al borde del abismo, la frivolidad y el sectarismo de las elites políticas y culturales respecto a la familia y a la maternidad en particular es imperdonable. Es aterrador que en España, el país con la segunda tasa de natalidad más baja de la UE, el gobierno no haga nada literalmente para mejorar la natalidad mientras facilita el aborto para las menores de edad y adopta una ley de bienestar animal que multa a los amos que dejan a sus perros a las puertas del supermercado mientras hacen la compra. En Hungría, el gobierno y la sociedad civil acompañan las medidas financieras con programas y una narrativa que promueve la familia y la describe como lo que es: la piedra angular de la sociedad y una fuente de felicidad y estabilidad. Y por eso han disminuido los divorcios y abortos a la par que aumentaba la natalidad.

Como dijo el estadista francés del S. XVI Jean Bodin «no hay más riquezas y poder que las personas». En Hungría, no hace falta recordarlo. En España, a pesar del pronóstico vital, nadie se da por aludido.

  • Rodrigo Ballester fue funcionario europeo y dirige el Centro de Estudios Europeos del Mathias Corvinus Collegium en Budapest
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