Debemos gratitud a Puigdemont
Si Puigdemont quisiese daba la vuelta a mucho de lo que los insensatos e incultos castellanos teníamos como estudiado y cierto, aprovechando que la vida política de Sánchez depende de él y que está dispuesto a todo por salvarla
Carles Puigdemont, Carlitos cuando era niño y hablaba con su abuela andaluza, reside en un casoplón de buena planta en Waterloo, sede de un fantasmagórico Consejo por la República Catalana del que es presidente. Los españoles lo pagamos junto a servicio, escoltas, y demás, a cuenta de la deuda con el FLA –la deuda catalana es mucho mayor– de más de setenta mil millones de euros que se le perdonarán como parte de las compensaciones por su apoyo al egocentrista para que siga en Moncloa. Pero debemos estar agradecidos al valiente y esforzado combatiente independentista porque, ateniéndonos a la historia de Cataluña, en la que cree a pies juntillas, podría exigir más. Por ejemplo, cambios en los libros de texto, en las Universidades y en la Real Academia de la Historia, e imponernos auténticas joyas seudohistóricas. Todo lo firmaría Sánchez sin rechistar.
Debemos agradecer a Puigdemont que no asumamos la pérdida del «Estado Catalán» que nunca existió; que no reconozcamos una inexistente guerra entre Cataluña y España convirtiendo la Guerra de Sucesión en Guerra de Secesión; que ignoremos que Rafael Casanova no fue un defensor del independentismo sino un abogado que recibió el perdón de Felipe V y murió a los 83 años en Sant Boi de Llobregat; que olvidemos el último bando de Casanova a los barceloneses: «Atendiendo la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España» (…) «como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey (se refería al pretendiente austriacista que ya entonces era Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico), por su honor, por la Patria y por la libertad de España»; que desechemos el Tratado de Utrecht y el de Rastatt donde no se recoge que el Reino de Aragón, y en él Cataluña, haya de tener otra legislación que la común.
Desde 1713, firmada la paz, no había motivo para el empecinamiento de Barcelona. El último episodio de esa contienda artificialmente prolongada fue la toma de la ciudad el 11 de septiembre de 1714. En aquella jornada se distinguió en las tropas borbónicas el teniente coronel Mateo Van Halen, pero estoy dispuesto a negar mi sangre si así lo exige el entendimiento. La bondad de Puigdemont no considera de obligado cumplimiento estas pretensiones históricas que tanto defendió, y con tantos fondos, Josep Lluis Carod Rovira, él mismo una ficción. Nació como José Luis Pérez Díez, hijo del cabo de Carabineros José Luis Pérez Almecija, más tarde guardia civil. Al finalizar la guerra Pérez Almecija consiguió avales que confirmaban su adhesión al alzamiento franquista. Pérez Díez, luego Carod Rovira, vivió su infancia en el españolismo de las casas-cuarteles de la Benemérita. Ya con poder nombró a su hermano, Apel·les Carod Rovira, antes Juan de Dios Pérez Díez, «embajador» de Cataluña en París.
El caso de la inventada historia de Cataluña deja en pañales a la memoria mentida de Zapatero-Sánchez. Deberían ubicar la ficción en la literatura pero sus lecturas me temo que serán escasas más allá del catón ideológico. No sé los volúmenes de la biblioteca, por ejemplo, de Rufian, de padres y abuelos andaluces. Lea más o menos es un personaje que devalúa la política, pero no es nada tonto ya que tras su fracaso como candidato a alcalde en Santa Coloma de Gramenet el 28 de mayo, y perder un porrón de escaños el 23 de julio, sigue en Madrid que es lo que le gusta, representando cada vez a menos votantes en un Parlamento para él extranjero.
Todavía tenemos más motivos de gratitud hacia Puigdemont. En sus exigencias a Sánchez podía haber asumido las investigaciones del Institut Nova Història, fundado en 2007, generosamente subvencionado, que ha celebrado un simposio en Tarragona alrededor de «la tergiversación de la historia de Cataluña (…) por parte de la Corona castellana». Al parecer aparte de robarles el dinero les robamos su historia. El simposio ha sido seguido cariñosamente por TV3. El motor del Institut, Jordi Bilbeny, nos descubre que Colon, Cervantes, Teresa de Jesús, entre otros personajes, eran catalanes, y que la bandera de Estados Unidos tiene un origen catalán. No extrañará que este Institut considere que El Quijote se escribió en lengua catalana aunque la censura castellana lo ocultó. Otro sesudo investigador, Pep Mayolas, nos ilustra sobre el origen catalán de Erasmo de Rótterdam que era hijo de Colón.
Tampoco sorprenderá el hallazgo de que Calderón de la Barca no era madrileño sino catalán, o que Leonardo da Vinci era de Vic. No menos riguroso es el descubrimiento de Carme Jiménez Huertas de que la lengua catalana no viene del latín por lo que no coincide con el español. Según esta filóloga el catalán nos llega de una lengua prerromana ibérica porque «el latín ya era una lengua muerta en el siglo II antes de Cristo». O sea lo del «INRI», nada. O la primicia de que Cataluña es la primera nación del mundo, como sostiene Víctor Cucurull remitiéndonos al siglo VII antes de Cristo.
Si Puigdemont quisiese daba la vuelta a mucho de lo que los insensatos e incultos castellanos teníamos como estudiado y cierto, aprovechando que la vida política de Sánchez depende de él y que está dispuesto a todo por salvarla. Sí, hay que estarle agradecidos. Y acaso la mediocridad ambiente lo aceptaría sin rechistar. Véanse los millones de votos que obtuvo el sanchismo, pese a su deconstrucción nacional.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.